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martes, 20 de octubre de 2015

De funeral



Siempre que me tengo que pasar por Torrero a dar la última despedida a alguien, mi mente occidental no acostumbrada a la paz y quietud orientales comienza a dar tumbos e ir de un lado a otro.

Empiezan las reflexiones con un sentimiento de empatía hacia el dolor ajeno por la pérdida de un ser querido. Inevitablemente todos hemos pasado por este trance y no es nada trabajoso ponerte en el lugar de los familiares del difunto. Entiendes su dolor. Te solidarizas con ellos.

Continuamos con la tradición de la misa y aquí -no sé por qué- los pensamientos todavía se me aceleran más. Empezando por el trámite obligado de asistir al oficio divino e inquiriéndome por el sentido de esta celebración. Hoy he llegado a la conclusión de que es la fórmula más sencilla -y la más ensayada- para despedir a un ser querido. El cura, los feligreses, los acólitos, todos nos ponemos el automático y repetimos las fórmulas requeridas en cada caso según el momento del culto. Hoy me preguntaba cuánto material de la homilía recordarán los asistentes al finalizar el evento. Si se hiciera un examen tipo test al finalizar la misa, aventuro que habría muchos, muchos suspensos.

Cuando el sacerdote hablaba del reino de los cielos no he podido menos que esbozar una sonrisa interior ya que ahora los que más saben de ese reino son los ingenieros y técnicos de la NASA. De momento no dicen nada de ningún planeta extrasolar poblado de ánimas.

También, en estas circunstancias, se repite el pensamiento sobre el sentido de la vida. Y como ya he comentado en otras ocasiones, lo que me apabulla es la extrema abundancia de vida en nuestro planeta. En una primera lectura, y desde una perspectiva científico-positivista, no creo que sea más trascendente la vida de un hombre que la de una hormiga o una bacteria, por poner un ejemplo. Y sin embargo, aquí estamos los "homos" dándole vueltas a todo ¡a todo! como si de ello dependiera nuestra existencia.

Muchas más reflexiones y divagaciones han discurrido por mi mente. Cuando voy a un funeral es como si el tiempo se detuviera por unos instantes. Y, a decir verdad, cuando todo termina, salgo reconfortado.

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