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viernes, 28 de abril de 2017

Dar el día por bien aprovechado

Ayer fue una jornada intensa. Hacía un día que había recibido 5 abejas reinas. Cuatro de ellas sin fecundar y una fecundada y urgía introducirlas en los cinco núcleos de abejas que previamente habíamos conformado en el asentamiento apícola.

Así es que, junto al amigo Juan, nos desplazamos a las colmenas, nos enfundamos los blusones de protección y procedimos a la introducción de una soberana en cada uno de los núcleos.

La operación no estuvo exenta de incidencias. Casi siempre ocurre que lo que te encuentras no coincide con lo que tu has planeado: un panal que no encaja bien en la nueva colmena, el olvido de los guantes y algún que otro picotazo constituyeron un aditamento adicional de la experiencia.

El olor a tomillo y también a humo y el recuerdo del zumbido de los himenópteros quedan fijados en la memoria sensorial por unas horas. Hasta puede ocurrir que esa misma noche tus sueños también tengan relación con el mundo abejeril.

El caso es que las cuatro horas y pico que invertimos en la operación se pasaron sin enterarme. Tan entregado estaba en la tarea que perdí por completo la noción del tiempo, el transcurrir de las horas.

Por eso digo que ayer el día estuvo bien empleado, bien aprovechado. Y ese sentimiento de haber estado haciendo lo correcto, lo que te pedía el cuerpo, constituye un regalo de primer orden. Un bálsamo para el espíritu.

Me da igual que lo que te entusiasme sea la música, las películas del oeste o la reproducción de la lombriz de tierra. El caso es que cuando experimentas esa sensación de paz y orden, ese fluir de la experiencia, sientes que realmente estás haciendo lo que debes, que estás aprovechando el día.

viernes, 21 de abril de 2017

Todo es más fácil de lo que parece

La mente humana está acostumbrada a anticipar la dificultad, detectar los riesgos y hurgar en los inconvenientes. Se suele poner en lo negativo por lo que pueda pasar. No escatima recursos para generar preocupaciones. Se prepara para lo peor.

Pero hete aquí que, de vez en cuando, el propio devenir de la vida en muchas ocasiones ejerce, afortunadamente, de contrapeso. Te obliga a cambiar esquemas, a mirar las cosas desde otro ángulo. A pasar a la acción.

Ya se trate de un problema familiar, la reparación de un tejado con goteras o el empeño en aprender un idioma, solo el hecho de encararlo ya nos traslada la imagen de que el reto no supone un obstáculo insuperable. Con voluntad y tesón, repartiendo la tarea en unidades más manejables vemos con asombro cómo vamos consiguiendo lo que nos proponemos.

En el trascurso de nuestras vidas tenemos muchas ocasiones para ponernos a prueba y cada vez que salimos victoriosos de algún lance se renueva en nosotros la confianza de que, en realidad, todo es más fácil de lo que parece.

viernes, 14 de abril de 2017

Renuevo generacional


Al igual que en la entrada anterior hablaba de la primavera y de la repetición anual de los ciclos, aquí quiero fijar mi mirada en la renovación generacional.


Cuando vivía en el pueblo, veía con naturalidad el hecho del nacimiento de nuevos vecinos, hijos del pueblo. Y con la misma naturalidad se apreciaba que la gente se hiciera mayor y muriera. Es algo de sentido común. El ciclo de la vida diría yo.

Al pasar a la ciudad, estos ciclos ya quedan más ocultos. Cada cual metido en su cubículo, sólo hay un estrecho margen para apreciar el nacimiento de tal o cual vecino. Los niños ya no corretean por la calle y los abuelos fallecen en el hospital.

Por ventura, el hecho de vivir en una urbanización de unifamiliares me ha vuelto a trasladar de nuevo al pasado. A apreciar de primera mano el inexorable paso del tiempo. Para mal en algunos casos y para ventura de las familias en la mayoría de ellos.

Estos días se ven en la calle de mi fila de viviendas muchos niños. Jugando ingenua y apasionadamente. Acompañados de sus padres y sus abuelos. Pertenecen ya a la tercera generación. Los nietos de los propietarios que, en su momento adquirieron las casas.

Uno no puede sino pensar en toda esa vida que se ha generado. Con un poco de fortuna casi llegarán al año 2.100.

Qué les espera a cada uno de los niños de mi urbanización constituye un auténtico enigma. Sólo se que, de buen grado, ahora me cambiaría por cualquiera de ellos.

viernes, 7 de abril de 2017

La primavera nos visita de nuevo

Se repite el ciclo. Una vez más. Los árboles toman de nuevo el pulso a la naturaleza y se engalanan con alegres adornos florales. Llaman la atención. Y mucho. Es un espectáculo multicolor. Una explosión de distintas tonalidades. Una alegría para la vista. Mejor aún, para todos los sentidos.

Y a mi, para estas fechas también me entra la fiebre de adornar el jardín con alegres florezuelas. Juveniles y traviesas. Dispuestas ellas para saciar las ansias de recreo de los volubles humanos. La primavera irrumpe con toda su energía.

Corre de nuevo la savia por las plantas y toda la maquinaria se pone en marcha para engendrar vida por doquier. El limonero se vuelve loco. Genera muchas más flores de las que luego van a producir frutos. Diríase que se cura en salud aunque luego proceda a la poda inmisericorde de muchas de ellas. No atino a adivinar qué cabalísticos secretos esconde su proceder.

Cómo decide que una flor prospere y no la otra es un auténtico misterio. Algo parecido pasa con el cerezo y, por extensión con el resto de los árboles frutales.

Una extraña simbiosis se ha establecido desde tiempos inmemoriales entre las flores y la especie humana. Quizás busquen la pervivencia a través del atractivo de sus lindos colores. Quizás estén diseñadas para atraer a las aves, las abejas y otros polinizadores. Seguro que es por alguna razón. Todo hecho tiene su causa.