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viernes, 26 de octubre de 2018

Gente de ver y gente de hacer

En mis observaciones psicológicas de medio pelo, voy encontrando ciertas clasificaciones que -a mi- me facilitan el entendimiento de lo que ocurre en mi entorno; de mi propio comportamiento y del de los demás.

Una  muy sencilla que adiviné hace poco es la de personas cuyo principal impulso es el deleite, la contemplación y la reflexión y otras que optan más por la acción.

Vaya por delante que no presupongo que un posicionamiento sea mejor o más adaptado que el otro. Lo que me intriga (y de ahí la reflexión) es el motivo o la causa por la que cada cual se decante por una o por otra opción.

Puedo hablar por mi mismo y por la experiencia recogida de la conducta de varios amigos. En todos los casos que estudio aparece con claridad la división que comento.

Mi caso está claro. Pertenezco a la categoría de los que optan por "hacer cosas". De los que no pueden parar. Y me inquiero por las causas de tal tendencia.

Sin estar muy seguro de ello, lo achaco a mi particular devenir en la infancia; a las personas que me han rodeado y a las tareas que se dedicaban en su momento. También intervendrá -digo yo- el componente temperamental; el ADN heredado; el sistema nervioso con más motilidad o la tendencia a la hipertensión...

Seguro que interviene así mismo, el componente social. Los refuerzos que, en su momento, haya recibido por mis realizaciones o las gratificaciones derivadas de los comentarios elogiosos de los demás. Socialmente parece como que esté mejor visto ser una persona activa que una contemplativa.

Esta es mi particular -y provisional- explicación de mi tendencia a "hacer" aunque reconozco que tendré que irla puliendo con ulteriores observaciones.

Por contra, los que se dedican a ver disfrutan más contemplando que haciendo. Aprovechan las mil y una oportunidades que ofrece la vida para deleitarse con ellas. Potencian su vertiente estética, su capacidad de análisis, su sensibilidad interior...

Quizás la clasificación que propongo ya esté contemplada en la famosa dicotomía entre introvertidos y extrovertidos o en la de los cuatro temperamentos de Hipócrates y Galeno. No sé.

En todo caso Los de ver y los de hacer se complementan. El uno proporciona lo que le falta al otro. Equilibran la balanza.

Ya veis, amigos. Sociopsicología de lo cotidiano. El que no se entretiene es porque no quiere.

viernes, 19 de octubre de 2018

De peluquerías


Ayer fui a cortarme el pelo. Nada, una iniciativa de lo más corriente. Todos tenemos que acudir al peluquero de vez en cuando. Hay que cuidar un poco la imagen.

Fui a una peluquería que me recomendó mi buen amigo Luis Esteban. Seguí su consejo. Un acierto.

De entrada, el establecimiento ofrece una imagen muy arreglada. Cristales limpios y cuidada decoración interior. Por aquí y por allá fotos de época reflejan lo que era la profesión a principios del pasado siglo.

La atmósfera tamizada con un agradable olor a perfume; pero no de los pegajosos. El de las peluquerías de siempre. Se agradece y te trae el recuerdo de tiempos pretéritos cuando, de niño, una amalgama de sensaciones y multitud de estímulos impactaban en tu cerebro infantil.

Así, como de repente, me vinieron a la mente las tenacillas corta-pelos de Cleofás, el peluquero del pueblo. El rápido movimiento con el que sacudía la suerte de babero que con tanta maestría colocaba alrededor del cuello. Y el peculiar sonido -algo así como un estampido- que se generaba al agitar el paño.

Eché en falta el olor dulzón de los polvos de talco. Bueno, no tiene más importancia. Últimamente han caído en desgracia. Se les acusa de provocar -a veces- reacciones alérgicas. Algo que a mi nunca me ha ocurrido. Una pena.

Desperté de mi ensoñación cuando una amable voz femenina se interesó por la manera en que debía realizar la operación: ¿cómo lo cortamos?

Contesté con un balbuceante "más bien corto. Sin descargar mucho lo de arriba, que disimula un poco la calva". Sonrió levemente y enfiló su tarea con energía.

Movimientos rápidos y precisos. Tijeretazos acotados. Sólo los imprescindibles. Enseguida detecté la mano de una buena profesional. Me relajé.

Conversación así mismo muy medida. La necesaria para que no me sintiera incómodo. También lo agradecí.

En un plis plás terminó el tallado de mi testa. Con un resultado más que aceptable. Como manda la tradición también me repasó las cejas y los pelillos de las orejas. Colocó luego el espejo de mano a la altura de la nuca e inquirió mi opinión.

Estupendo -le dije- Justo lo que yo quería.

De nuevo una sonrisa cómplice se desprendió de sus labios. La satisfacción del trabajo bien hecho y la complicidad de los que hemos atravesado el meridiano de nuestra existencia.

No me pareció caro el precio del servicio por tan gratificante experiencia. Volveré -sin duda- a Passaró, Santander, 34 duplicado. Parque Roma (Zaragoza)

¡Gracias por la recomendación, Luis!

viernes, 12 de octubre de 2018

Elogio de la piedra


Quiero aprender a esculpir la piedra. Nunca he practicado mucho las bellas artes pero este nuevo reto me encandila. Tengo pensado hacer varias estatuas. El reto es complicado -lo se- pero tengo que intentarlo.

La chispa que ha encendido la nueva ruta surgió este verano. En las visitas a los pueblos de las cinco villas y los paseos por las calles de las distintas localidades. Con la constatación de que -a la postre- lo más significativo y duradero de nuestro paso por la vida son, al fin y al cabo, las piedras trabajadas.

Si, ya os oigo decir que también quedarán los escritos en Internet o mejor aún los textos vertidos al papel; que quedarán las fotos, los vídeos, el disco duro del ordenador, el móvil y el recuerdo de nuestros seres queridos... Nada, tonterías. Lo que de verdad aguanta el paso del tiempo es la piedra.

Tu te das una vuelta por Navardún -por poner un ejemplo- y el único recuerdo de lo que fueron nuestros antepasados de hace mil y pico años son su castillo, su iglesia y la peculiar pila bautismal; todos ellos realizados con piedra tallada.

Te pasas por Castiliscar y te das de bruces con el castillo -siglo XI, la iglesia -del XII- o el sarcófago paleocristiano del siglo IV. Más piedra conservando el recuerdo.

Date una vuelta por Uncastillo y allí verás cómo la piedra nos habla del pasado. Sencillos bloques del castillo o elaborados canecillos y capiteles de la iglesia de Santa María. Impertérrita. Desafiando el paso del tiempo.

Pásate por Los Bañales y te darás cuenta de lo que -al fin y a la postre- nos legaron sus pobladores: lo que queda de las pilastras del acueducto; del edificio de las termas; del foro... Enormes bloques de piedra (arenisca o caliza; me da igual). Eso es lo que ha aguantado. Lo demás, simplemente, se ha evaporado con el paso del tiempo.

Soy también muy consciente de la vacuidad de mi aspiración a dejar en este mundo un recuerdo mío que resista el paso del tiempo. El inexorable paso de los años acabará destruyéndolo todo. Me da lo mismo. Si no lo hago ahora ¿cuándo podré hacerlo?

He pensado varias temáticas para tallar: la recreación en piedra de los cuatro miembros de la familia; el perro inmovilizado en su revestimiento pétreo, alguna frase esculpida... ¡Qué se yo!

También se me ha ocurrido inventarme una deidad y recrearme en su diseño. Por ejemplo la diosa de la apicultura. No estaría mal...

He echado un vistazo en la red y compruebo que hay otros materiales que aguantan mejor que la piedra el paso del tiempo: el dibororrenio, la lonsladeíta, el nitruro de boro... Nada, descartados por la dificultad práctica de conseguirlos.

Así es que hay que volver de nuevo a la idea inicial. Al esculpido en piedra con tranquilidad y paciencia.

En fin, ya veremos lo que da de si esta historia...

viernes, 5 de octubre de 2018

Movilidad sostenible... y compartida

Desde que se dio la voz de alarma por el sobrecalentamiento de nuestro planeta por la acción humana, han pasado ya bastantes años.

Al principio, los más sensibilizados con esta temática tuvieron que sufrir -con bastante frecuencia- las críticas -e incluso las burlas- de los que no estaban por la labor... ¡Ya están estos ecologistas dando la lata! Pero cuando la contaminación de los ríos, de los mares y del aire alcanzó niveles alarmantes se fue generalizando la idea de que "algo habría que hacer".

En 1957 el río Támesis fue declarado biológicamente muerto por el museo de Historia Natural y las noticias de la época lo describían como una cloaca enorme y maloliente. La situación en otras partes del mundo no era mejor. Que los ríos destilaban olores pútridos, suciedad y muerte de fauna acuática era palmario. Se veía y se olía. Las aguas contaminadas se detectan de inmediato.

Sin embargo la contaminación atmosférica pasaba más inadvertida. A pesar del incremento del parque de automóviles a nivel mundial, de los motores de los grandes buques cargueros y petroleros y de las centrales eléctricas de carbón, la voz de alarma tardó más en darse en este terreno.

En 1952 se produjo el episodio del "Gran Smog de Londres". Entre los días 5 y 9 de diciembre, una densa capa de niebla contaminada cubrió totalmente la ciudad. La causa fue el incremento incontrolado de la quema de combustibles fósiles en la industria y en los trasportes. Se cree que el fenómeno causó la muerte de 12.000 londinenses y dejó otros 100.000 enfermos.

En diciembre de 2015 las autoridades de Pekín tuvieron que decretar las dos primeras alarmas rojas por contaminación atmosférica. La situación en otras capitales mundiales como México, Santiago de Chile o París también era crítica. La evidencia de que también estábamos envenenando el aire y que había que actuar de urgencia no tardó en extenderse.

Al principio se empezaron a implementar algunas medidas para reducir la contaminación debida a los automóviles: catalizadores, mejoras en el rendimiento de los motores, coches eléctricos etc. Pero el modelo de uso individual del coche era -y sigue siendo- la norma habitual. La potente industria del automóvil necesita continuar la producción. La cadena no debe parar.

Sin embargo poco a poco se ha ido generalizando la idea del uso de otros medios de trasporte que no sean contaminantes. Muchas ciudades (Zaragoza fue de las primeras) adoptaron la bicicleta como alternativa al coche o las motos. Algo empezaba a cambiar.

Pero cuando de verdad se ha visualizado el cambio ha sido en este último año con la aparición en nuestras calles de motos, bicis y patinetes eléctricos operados por nuevas empresas que ofertan estos servicios en la modalidad de "usar y dejar". La conjunción de sistemas de geolocalización y aplicaciones informáticas avanzadas mejora enormemente el rendimiento de estos medios de transporte.Todo ello ha conducido a que este nicho de mercado, finalmente, haya eclosionado.

Así es que, es necesario felicitarse. La cosa ha tardado un poco pero la tendencia a la movilidad sostenible y compartida es imparable. Los coches eléctricos también de "usar y dejar" ya están operativos en algunas ciudades.

Los que todavía seguimos apegados al viejo modelo del coche aparcado en nuestro garaje nos los vamos a tener que replantear. Yo, personalmente, me quedo maravillado cuando contemplo la rapidez y la elegancia con la que algunas personas se desplazan en patinete eléctrico. Todo ello sumado a la facilidad de aparcamiento del vehículo. La tentación de abonarme a este servicio es muy grande. Me parece que no voy a tardar mucho tiempo en probarlo.