Ayer, víspera de Todos Santos en la Plaza del Pilar se concentraron -no sé muy bien quien convocaba- un montón de personas disfrazadas para celebrar el evento. La variedad de atuendos era llamativa. Muchos de ellos muy ocurrentes y originales. Después de estar un rato observando me llamó la atención la furia y el fervor con el que la gente joven se disfraza para estas fechas. Un porcentaje mucho mayor de personas que en años pasados. Y era de reseñar el contraste entre la mayestática presencia de la Basílica del Pilar en cuyo interior seguían los cánticos y los rezos y el alegre bullicio que formaban los asistentes a la fiesta en el exterior.
Dos conclusiones saqué del análisis de esta situación: que en la actualidad los medios de comunicación consiguen éxitos innegables al internacionalizar determinados eventos festivos y que la sociedad actual requiere -necesita- de estas celebraciones para romper un poco la monotonía y, aceptar por unas horas que la gente se caracterice a su gusto con una temática común.
¡Qué lejos los tiempos actuales de las rigideces y envaramientos de mi juventud!