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viernes, 31 de julio de 2015

Una ración de empatía



Hoy precisamente, en la carnicería del pueblo estaba repasando con uno de los empleados las barbaridades que solíamos hacer en fiestas. Una de las más celebradas consistía en pedir en la barra del casino un botellín de cerveza o similar  para, a continuación arrojársela al que estuviera más cerca.

De tal manera que, en un plisplás se acababa organizando una verdadera batalla cervecera donde toda la gente acababa empapada ante el regocijo de los más entregados.

Yo fui uno de ellos y, en más de una ocasión, me empleé a fondo en varias guerras cerveceras. Allí en la carnicería me mostraba muy ufano ante estos lances tan divertidos.

Sólo que no había caído en que el empleado que me servía, en esa época trabajaba de camarero en el casino.

Sí -me comentaba con cierta contrariedad- yo también recuerdo aquellos lances puesto que luego, a mí me tocaba recoger todos los charcos de cerveza del suelo.

Al escuchar este comentario no he podido sino sentir un cierto rubor, el corte de no haber tenido en su momento la delicadeza, la empatía de ponerme en el lugar de este trabajador.

He concluido que, por lo general, vivimos la vida de "puertas adentro" ocupándonos de nuestras cosas y entregados a nuestras reflexiones.

Pero en muchas ocasiones no tenemos suficiente consciencia de cómo nuestros actos afectan a los demás.

Afinar en esa destreza, desarrollar nuestra capacidad de empatía son tareas que, ahora en la sesentena, se vuelven obligatorias.

Hay mucha faena pendiente y, si es necesario, yo creo que no hay que tener ningún rebozo para pedir perdón por nuestros excesos.

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