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viernes, 24 de julio de 2015

Arreglarlo todo

Es un sesgo de mi personalidad del que me hice consciente no hace mucho. Fijarme en lo que no funciona bien y desear arreglarlo. Me ocurre en muchos lugares y situaciones y, a veces, el griterío de lo que no trabaja como debería, casi me ensordece.

El panorama es amplio y el catálogo de cosas susceptibles de arreglo no para de crecer. Allí tenemos, por ejemplo, los árboles torcidos que se plantaron a la entrada de Puerto Venecia y que todos los días saludan a los clientes recordándoles su lamentable discapacidad. O, en mi barrio, las heridas abiertas en el asfalto de Marqués de la Cadena por las que ya empieza a crecer la hierba. Estos agrietamientos constituyen un peligro de primer orden para los que circulamos en moto. Los árboles talados en la Plaza de la Albada y que ya no se han repuesto. Las aceras desniveladas y llenas de grietas de Miguel Asso. Los contenedores de basura al lado del Simply que, en muchas ocasiones apestan a pescado pasado. El césped (o mejor dicho su ausencia durante años) en la plaza que hay en frente al colegio La Jota...

Acorde con estos desajustes se presenta la indiferencia ciudadana por lo que no funciona como debería. Aquí ocurre como con los anuncios: ya nos hemos acostumbrado y no nos llama la atención.

El manual de cosas que deberían arreglarse bien podría ocupar más de mil páginas.

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