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jueves, 14 de abril de 2016

El valor del error

Realmente equivocarse, meter la pata, sabe muy malo. Después de cometer el error, nos queda un regusto amargo en la boca. La constatación de que no hemos tomado la decisión adecuada, de que no hemos sido capaces de elegir la opción más correcta ante el problema que se nos planteaba.

Todos los días cometemos errores. Unos son nimios y otros son de bulto. La sucesión de una cadena continuada de errores a lo largo de un período de tiempo podría ser un indicador de que no estamos centrados en lo que hacemos, que tenemos preocupaciones o distractores que condicionan nuestra percepción. La prisa y el estrés, por ejemplo, son malas compañías, causa y origen de muchos errores. Los desajustes emocionales también tienden a distorsionar el correcto razonamiento.

De nada sirven las lamentaciones o la repetición de las causas de nuestros errores. La mejor opción es tomarse el error como una vía de aprendizaje. Y asumir que cuanto mayor es la metedura de pata, mejor recordaremos la correcta forma de proceder en otro momento ante una situación igual o parecida.

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