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miércoles, 20 de abril de 2016

Cierto olor a desagüe

Cuando voy a realizar alguna gestión a una entidad bancaria de mi barrio, un molesto olor a desagüe es el primer estímulo que percibo a modo de recibimiento. La cosa no es nueva. Llevan así años y años. Desde que se abrió la sucursal. No han logrado corregirlo -si es que lo han intentado-. Malo para los clientes. Pero lo que de verdad me apena es el tufo que se han tenido que tragar los empleados en sus horas y horas de permanencia en la oficina.

Desconozco si alguien lo habrá denunciado. Y si es el caso, la respuesta que han podido dar los directivos. Por lo que se ve no habrán sido muy sensibles porque la peste sigue allí, si bien es cierto que, a días, intentan camuflarla con algún producto ambientador. Mala solución. Todavía se acentúa más la acidez de la atmósfera del recinto.

A veces pienso que quizás hayan llegado a la conclusión de que es MEJOR que algo de olorcillo a desagüe rezume por los sumideros y se esparza por el recinto. La cosa vendría a ser como una metáfora de la propia esencia de las entidades bancarias: no conviene dar tregua a los clientes. Y mucho menos a los empleados. Que continúe el adocenamiento.

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