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domingo, 13 de septiembre de 2015

Los gritos

Ayer sábado, cuando volvía de Teruel paré a comer en un restaurante de Cariñena. Precio ajustado del menú del día, buen aspecto exterior y -aparentemente- correctas instalaciones. Yo tenía buena gana y ya estaba cansado de viajar. Así que la configuración decidida parecía ser la más acertada.
Resultado de imagen de gritando en el comedor
Las camareras muy atentas tomaron nota de mi elección: de primero ensalada de tomate con espárragos y jamón y de segundo bacalao. Opté por flan de la casa para postre.

Todo iba sobre ruedas y los yantares se preveían muy acertados... hasta que en el murmullo habitual de los comedores empezó a destacar una voz chillona hablando en un volumen exageradamente alto.

Mi esperanza inicial de que el desconsiderado gritón estuviera terminando de comer resultó vana. A pesar de tenerlo a unos 10 metros de distancia, su voz destacaba cada vez más entre los asistentes. Era un tema de poca consideración cuando no directamente de grosería.

Desde ese momento ya no pude disfrutar del menú. Mis oídos se habían sensibilizado y sólo escuchaba al vociferante. Ya no hablamos sólo de mala educación. Tendríamos que acudir al calificativo de "afrenta". Ganas de dieron de acudir a su mesa y pedirle que bajara el tono de voz, cosa que no hice finalmente. Me chafó la comida.

Es lamentable pero constato que, de vez en cuando, te topas con el perfil de persona que vive a su aire, sin pensar en los demás y por prudencia o por educación no es habitual pedirle que modere su conducta.

Sin embargo creo que será conveniente iniciar el entrenamiento para abordar estas situaciones. La cultura del silencio es agónica en nuestro país. Aquí casi todo el mundo obvia la obligación cívica de no molestar a los demás. La diferencia con otros países de nuestro entorno es abrumadora.

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