"Aquellos que dicen que no se puede hacer algo
no deben interrumpir a aquellos que lo están haciendo"
George Bernard Shaw
Recientemente he tenido la fortuna de visitar el Poblado Ibérico del Cabezo de San Pedro, también llamado el Torrejón de los Moros.
Más que detallar los aspectos históricos del enclave (está todo en Internet) prefiero centrarme en los "imputs" emocionales; las sensaciones que uno experimenta cuando ve el poblado a lo lejos, remonta la empinada cuesta de la pista que conduce hasta el lugar y -sobretodo- comparte con buenos amigos (Juan Antonio Planas, Serafín y Jaime Rodrigo) la sensación de ser los primeros holladores del lugar.
Este último aspecto se me antoja crucial pues no es lo mismo participar en lo que habitualmente se llama "turismo de masas" que visitar un sitio en el que no ves a ninguna persona en muchos kilómetros a la redonda.
Ya, desde lejos, se divisa con claridad la torre circular del recinto y, de inmediato, una mezcla de asombro y curiosidad emerge en tu mente ¿qué narices pinta en este descampado una construcción tan -digamos- altanera?
Pero es que, a lo largo del recorrido que da acceso a todo el conjunto las sorpresas se van sucediendo una detrás de otra: fósiles que duermen atenazados entre rocas del jurásico; los destrozos de las guerras sertorianas (de las que no tenía ni idea); rocas y más rocas amontonadas, testigos mudos de las tragedias que ahí se desarrollaron y, sobretodo, la ciclópea muralla defensiva que se yergue muda y señorial señalando con desdén que, aunque acabaran con el poblado y sus gentes, con ella no pudieron los ejércitos de Pompeyo.
Por su parte, la torre nos saluda con gran dignidad y nos recuerda las desgracias ocurridas debido a la ambición de unos y las borracheras de poder de otros.
Serafín, con verbo apasionado y vehemente va desgranando los detalles de lo que allí aconteció. Poco importa si algunos capítulos son medio inventados. Lo que aquí interesa es que el maestro nos mantiene en vilo; petrificados como las rocas que nos rodean. Cual disciplinados alumnos escuchamos con respeto -casi con devoción- sus vivas explicaciones y, aprovechando que nuestro cicerone toma aire para continuar su discurso, nos atrevemos a musitar alguna que otra pregunta que rápidamente es respondida por el profe.
Y, al igual que en el tiro al plato el buen profesional, de un disparo, consigue hacer añicos la roja cerámica, también el maestro, con certero comentario despeja en un plis plas cualquier duda que le planteamos.
La visita al poblado íbero de Oliete ha resultado ser una experiencia de alcance.
Le veo a usted ataviado con su sombrero en espera de las explicaciones de Serafín, un señor, por lo que cuentas, apasionado por lo ancestral y remoto de nuestra historia.
ResponderEliminarEn relato, adornas lo que te sugiere el lugar, tranquilidad y porte, escenificado por la lucha de la roca granítica con el tiempo.
Siempre habrá gente que visitará este lugar,...lo que fue capaz de hacer el hombre.
Saludos fuertes de Javier