Sal afuera, cierra la puerta.
"Oblique Strategies" - Brian Eno, Peter Schmidt
Que todos tenemos que morir es un lugar común. Según vas cumpliendo años, las personas que antaño te rodeaban y te cuidaban van desapareciendo. Esa primera referencia es incontestable.
Cuanto más mayor te vas haciendo, ves que, además de tus padres, una retahíla de tíos y tías y otras personas queridas abandonan también este mundo dejando atrás su recuerdo. Es ley de vida, suele decirse. Nuestro destino está escrito.
Pero el caso es que aunque esto lo tengas asumido en teoría, la certeza de la inevitabilidad de la muerte, del ineluctable destino de todo ser viviente, te llega de verdad cuando te ves cara a cara con la parca y... en lugar de cruzar el umbral, regresas.
Los que hemos superado un ictus, un ataque al corazón, un cáncer o un accidente grave constituimos el colectivo de "los regresados"; el selecto club de los que igual que estamos aquí podíamos haber estado allá.
La nómina de regresados es amplia: Antonio Banderas, José Coronado; Juan Manuel Serrat, Rubén de la Red, Palomo Linares, Chiquetete, Albano; mi amigo Luis, yo mismo... y muchas y muchas personas más.
Y, en fin, amigos, no voy a afirmar que me alegro de ser un regresado pero sí que os digo que, a partir de esa experiencia, la vida cambia, se vive de otra manera.
Por lo pronto caes en la cuenta de que lo que te puede quedar son habas contadas y que, por tanto, hay que aprovechar bien el tiempo. Las ilusiones que tengas, los proyectos que, en su momento urdiste, mejor realizarlos cuanto antes. Eso sí, sin agobio.
Las relaciones interpersonales se viven también de otra manera. Te vuelves más tolerante y comprensivo con la conducta de los demás. Aprecias más no sólo a tus amigos sino a todas las personas que te han acompañado en este viaje por la vida. Disfrutas cada minuto con su compañía y de la charla sosegada sobre cualquier temática.
Te sientes más solidario con los animales y las plantas y, en general con todo bicho viviente pues al fin y al cabo sabes que también ellos forman parte de un enorme colectivo que, al final, terminará desapareciendo.
El dinero ya no te importa tanto. Ni tampoco las propiedades. Ni el poder. Tienes la certeza de que todo se quedará aquí y que ya no te sentirás concernido por lo que suceda luego.
Cada minuto que pasa, cada segundo, das gracias al destino y te recreas en el deleite de estar vivo. Podía haber sido de otra manera. Un trombo un poco más grande; una reanimación fallida; un fracaso en el tratamiento de un cáncer o unos segundos de retraso del equipo de salvamento en un accidente. Cualquier fatalidad te hubiera supuesto cruzar el umbral... para siempre.
Sí, amigos. Ingresar en el gremio de los que hemos vuelto me ha regalado una nueva perspectiva de lo que es la vida y de cuál es su sentido. Ahora lo veo como un obsequio... Y me alegro de ello.
Precioso artículo digno de una conferencia de alto nivel, vitalista y claro, esclarecedor de lo que es la vida y la oportunidad de estar después de una mala experiencia para espabilar y que nada caiga en saco roto.
ResponderEliminarNo hay mal que por bien no venga, has recargado tu vida diaria con placidez, y has transmitido al lector una tranquilidad de espíritu y aceptación que para sí quisieran muchos.
¡ Cuanta gente espera estas bonitas reflexiones !
Es muy importante entender la existencia y adaptarse al paso del tiempo.
Enhorabuena ,señor profesor.