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miércoles, 11 de mayo de 2016

Rejuveneciendo

Imagina por un momento que has encontrado; has dado en la clave del misterio de la vida y has hallado la fórmula del rejuvenecimiento. Alborozado -y también presuroso- te pones manos a la obra. Me es indiferente si se trata de tragar unas pastillas, ingerir un misterioso brebaje o darte ungüento. El caso es que ya cuentas con el método y, como digo, a ello te aplicas todos los días.

Al principio los cambios no resultan muy llamativos: allí donde había una manchita ya no queda ni rastro de ella. Una pequeña arruga que desaparece. Unos pelillos que empiezan a crecer en tu brillante calva...

Los que te tratan diariamente, los que te conocen de cerca, apenas notan esos cambios imperceptibles. Sí que se han percatado de tu sonrisa mañanera y de tu andar más garboso. Estás más hablador. Resultas ahora más tratable. Eres un cielo.

Y ahora te pregunto: ¿en qué momento tu familia, tus allegados percibirán que te estás rejuveneciendo? ¿hasta dónde deben llegar los cambios para que resulten claramente perceptibles en tu entorno más cercano?

Y te hago otra pregunta más: ¿Qué crees que le ha impactado más a tu familia; los cambios físicos o tu nuevo talante?

No se tú, pero yo lo tengo muy claro. Sin lugar a dudas es tu nueva conducta, tu nuevo comportamiento lo que más llama la atención de tu mujer y tus hijos. Los cambios físicos son significativos pero se quedan en un segundo plano.

Pues nada, amigo. No le des más vueltas. Rejuvenecer está al alcance de cualquiera. No necesitas fármacos ni fórmulas magistrales. Sólo con tu voluntad de querer ser mejor y darte a los demás es más que suficiente.

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