Habíamos dejado a nuestro hombre en el cuarto de baño, recién levantado y un poco indispuesto con la radical decisión que había tomado en los días anteriores.
Pero también disfrutando de un nuevo universo. Un universo nada perfecto aunque con resonancias infantiles que le llevaban a recordar cuando, de niño, en casa de sus abuelos, por la tarde se rezaba el rosario. Allí la plática era sustituida por un monótono sonsonete de avesmarías y señales de la cruz que, a decir verdad, resultaba un entretenimiento no diré placentero pero sí tranquilizador.
Sólo que ahora, nuestro protagonista ya no se puede agarrar a la religión. Ni tampoco le sirven rituales trasnochados. Eso ya no le tranquiliza. Prefiere avanzar en el conocimiento de las cosas. Profundizar con la ayuda de los primeros espadas en los intríngulis de la física cuántica, la biología o la astrobiología.
Echa pues mano del último número de Investigación y Ciencia y se enfrasca en un novedoso artículo que desvela los secretos de lo que se ha dado en llamar "la brújula celular".