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viernes, 14 de febrero de 2020

Nacionalismo antipático


No hay nada permanente, excepto el cambio.
Heráclito.

Las recientes declaraciones de dos diputadas nacionalistas catalanas acerca del papel que España ha jugado en la supuesta "opresión" del pueblo catalán me han dejado totalmente descolocado.

No es la primera vez (ni será la última) que públicamente se dejan caer exabruptos y palabras gruesas sobre España y los españoles. Acordaos también de lo que, en su momento, afirmó Torra acerca del mismo tema. O de las lindezas con las que, en su momento,  nos regaló los oídos la mujer de Jordi Pujol ¡Qué barbaridad!

Yo, lo siento, pero no puedo menos que darme por aludido cuando hablan de los españoles. Y, desde luego no me reconozco para nada en la imagen de perversión o depravación españolista de la que tanto hablan los nacionalistas catalanes.

Soy consciente, por otra parte, que, a base de escuchar tanto desplante, uno -casi sin querer- les va cogiendo manía a todos estos "oradores" de tres al cuarto. Eso es lo que tienen los procesos perceptivos. Cuando alguien te empieza a caer antipático, cualquier cosa que diga la pones enseguida en solfa.

Pero es que, en los tiempos que corren, el argumento del nacionalismo supremacista no se sostiene por ningún lado. Vivimos en una época de globalización, de intercomunicación entre personas de todo el mundo, de todas las razas y de todas las creencias. Para mi que nacionalismo exacerbado es equivalente a cortedad de miras ¿Acaso pretenden convencerme de que lo suyo (su lengua, su estilo de vida, sus tradiciones ¡o su genética!) son mejores o superiores a las de otros pueblos?
Me parece de una cortedad de miras extraordinaria.

Mirad, os propongo un juego de imaginación, pero que bien podría hacerse realidad. Pongamos juntos a varios grupos selectos de dirigentes nacionalistas (catalanes y  gentes de otros territorios) y embarquémoslos rumbo a Marte en un viaje de nueve meses de duración.

Ya en la nave, los jerifaltes irían viendo cómo su patria se iba haciendo cada vez más pequeña; más diminuta. Y no sólo eso. A 225 millones de kilómetros el único recuerdo que les quedaría de la Tierra sería un pálido puntito azul flotando en la nada.

Y una vez que llegaran a Marte, pongámoslos a trabajar. A construir un primer emplazamiento terrícola en el planeta rojo. ¿En qué idioma se comunicarían? ¿En catalán, en español, eslovaco o inglés? ¿Donde quedarían esas ínfulas y esos desplantes? Obligatoriamente -por necesidad- todos deberían estar dispuestos a entenderse y a colaborar. Del acuerdo y de las buenas relaciones entre unos y otros dependería ya no sólo su bienestar sino incluso su vida.

Seguro de que en el apabullante silencio de la noche marciana, más de uno o de una recordaría sus desplantes y sus gruesas afirmaciones acerca de otros semejantes allá en la tierra.

Y para mi que sería inevitable que de esa reflexión surgiera un pensamiento:

¡He estado haciendo el gilipollas!

1 comentario:

  1. Pues sí, esa forma de pensar no lleva a ninguna parte.
    Los nacionalismos van contracorriente, y si encima los adornan con agresiones verbales sin ninguna base pues, duele.
    Yo en la mili estuve con catalanes, vascos, andaluces, etc. Y todos nos movíamos igual, merendando juntos, cantando juntos,
    Estás lindezas mal sonantes las han creado cuatro iluminados que aún viven en la tribu y en la catedral del mar.
    Se están quedando pansicas de tanto instigar.
    No hay que hacerles caso.
    Todos somos ciudadanos del mundo.
    Buen artículo José Luis.
    Saludos.

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