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viernes, 4 de enero de 2019
Un euro por mear
La primera vez que vi el dichoso cartelito fue en la estación de Milán. Había tomado varios refrescos y ya se hacía imperante la urgencia de miccionar. Mi señora se quedó en una tienda mirando novedades y yo le comenté que volvía enseguida.
Como ya mi cerebro está entrenado en la búsqueda de carteles indicadores, enseguida di con el mingitorio y hacia él encaré mis pasos con decisión después de sortear un aluvión de turistas japoneses.
Cerca ya de la puerta me extrañó no ver el habitual revuelo de personal deseoso de orinar o bien de exonerar el vientre, como suele ser costumbre en nuestro país. Sólo cuando ya encaré con paso decidido -la urgencia apretaba- mi último tramo hasta la puerta, fue cuando me di cuenta de la leyenda que figuraba en el cartelito de marras: "pisciare, un euro".
Ya os podéis imaginar el resto de la historia si os digo que, en ese momento, no llevaba el monedero pues se lo había dejado a mi mujer por si, al final, adquiría algún artículo.
La anécdota me dio pie para unas cuantas reflexiones que me gustaría compartir con vosotros. Está claro que la frustración ante una necesidad tan apremiante, dispara la vena filosófica de cualquiera; siendo la primera pregunta: ¿es lícito que cobren un euro por evacuar aguas menores en un edificio oficial? Otra más: ¿qué pasa con los que no disponen de dinero? Y otra: ¿la satisfacción de una necesidad fisiológica tan elemental, no debería estar amparada por los poderes públicos?
Aún hay más preguntas: ¿Llegará el momento que habrá que abonar también un euro por beber agua en una fuente pública? ¿o por desgastar las aceras? o -si me apuráis- ¿por respirar y utilizar para uso propio parte de la atmósfera que envuelve la ciudad?
Yo ya os digo que a mi me parece un despropósito cobrar por mear. Sé que la tentación de monetizar es muy grande y que muchos sucumben a ella. Y también veo que no ha habido mucha resistencia del personal a la eliminación de los urinarios públicos gratuitos y así nos va.
Como ya comentaba en otra entrada, los que pasamos gran parte de nuestra niñez en el campo, nunca percibimos obstáculo alguno para hacer nuestras necesidades allá donde más nos placiera. Ya me costó un sofocón adaptarme a las modernidades de los urinarios de caballeros porque siempre me sentía incómodo y con la sensación de que el de al lado estaba pendiente de mi micción. Ahora, mientras pueda, seguiré enarbolando la bandera del mear sin pagar.
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Hace muchos años en Italia también me llamó la atención el pago por micionar en los bares, estaba una señora para cobrar, cincuenta liras. Y no había manera de escapar.Negocio redondo y no te quepa duda que llegara un tiempo en que pagaremos por todo, al agua le han puesto mucho valor aunque pase el Ebro por la puerta,.... el aire , ya veremos.Entiendo tu cabreo, estamos encorsetados. Un saludo de Javier
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