Aunque la crónica viene con cierto retardo, el recuerdo de los parajes que visitamos el miércoles día 11 de julio, en compañía de mi amigo J. Torralba pervive y se mantiene bien acotado en su adecuada localización cerebral. No solamente la imagen del paisaje sino también la charla, los comentarios y el disfrute común arraigado en historias personales con infancias muy similares.
Tomamos, como es habitual, la autovía de Huesca, con desvío en Zuera hacia Ejea. Para variar un poco el recorrido nos desviamos hacia Gurrea de Gállego y luego hacia Marracos, en cuyo término se ubica el Salto del lobo.
El salto no es otra cosa que una central hidroeléctrica que aprovecha el desnivel creado en el río Gállego para generar energía. El entorno que rodea la central es digno de mención porque constituye una especie de oasis en medio del secarral. De hecho, según me contaba Jesús, hubo un momento -en la época del boom económico- en el que se pensó construir un complejo residencial para alojar posibles veraneantes. Como dice aquel, "de aquellas aguas vienen estos lodos". Ahora sólo queda el esqueleto de la megaconstrucción que, en su momento se planeó y que refleja el declive en el que ahora permanece sumido todo el país.
Camino de Casas de Esper nos detuvimos en los Aguarales. No los había visto nunca y tenía gran interés en visitarlos. El paisaje que nos ofrece la naturaleza erosionada no deja inerme a nadie. Yo me preguntaba por qué el atractivo del paraje y me iba proponiendo distintas hipótesis:
¿Será que las formaciones erosionadas nos recuerdan un mundo atávico del que venimos?
¿Acaso las dimensiones de las distintas formaciones arcillosas nos recuerdan seres o paisajes conocidos?
¿Nos trasladan estas imágenes a parajes por los que hemos pasado?
En un momento de la visita me imagino el fabuloso belén que se podría organizar en algún rincón de los aguarales. Desde luego el decorado ya lo tenemos preparado.
Por cierto, la visita se realiza a los pocos días de haberse sofocado el incendio que asoló los montes de la zona. El contraste del paisaje calcinado con las imágenes esculpidas en el barro de los aguarales quedaba reforzado mutuamente. En varios momentos sentí como un escalofrío al pensar que ese árido panorama podría ser la imagen anticipada de lo que puede venir si seguimos castigando nuestro querido planeta.
Posteriormente arribamos a Casas de Esper. Es un pueblo en el que siempre se respira atmósfera hospitalaria. Visitamos el huerto que estaba radiante, la balsa del otro huerto y los árboles frutales y las colmenas -que este año no florecen tanto-.
También hablamos con un señor que se dedica a modelar figuritas con anea. Muy amable, nos invitó a pasar a su patio para mostranos parte de su obra. Así que el recorrido me pareció sumamente interesante.
Después de comer en Sádaba, terminamos nuestro periplo visitando la presa y las colmenas en Uncastillo.
Un estupendo día de verano. Un regalo la visita y la compañía.
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