Sobre las 9:10 he llevado el coche al taller de chapa. Para los que todavía no se han percatado, les diré que ahora las protecciones de los bajos de los automóviles son de plástico, es decir, de papel de fumar. Como yo tengo cierta querencia por los caminos rurales o "trías" pues, de cuando en cuando, me dejo alguno de estos elementos por el monte.
La vuelta hasta mi domicilio la he realizado andando y, al llegar al mismo me he pertacado que no llevaba las llaves. He hecho un intento vano para ver si me abrían desde dentro pero nada, el resto de la familia permanecía dormida. Me lo he tomado con filosofía y me he dicho: gran ocasión para dedicar este rato a pasear por donde me plazca.
La primera reflexión se ha centrado en la percepción humana. Es evidente que nuestras percepciones están condicionadas por nuestra personalidad y nuestras experiencias pasadas. Salirse del campo perceptivo habitual resulta bastante complejo. Entre otras cosas porque dificilmente podemos percibir aquello para lo que no estamos entrenados. Digamos que observamos la realidad en distintas "capas" -como en un programa informático- y, en su gran mayoría, las personas no estamos preparadas para detectar todas las capas de nuestro entorno.
Mi segundo pensamiento se ha dirigido hacia la suerte de estar vivo. Cuando te pones a pensar en términos de protones, electrones y neutrones (no digamos ya si hablamos de quarks o de cuerdas) no puedes dejar pasar el hecho de lo afortunados que somos los que -ahora mismo- compartimos la vida. De ahí se colige la certidumbre de valorar cada momento de cada día como una auténtica bendición. Este pensamiento todavía se vuelve más profundo cuando considero que, de acuerdo con la teoría cuántica, la realidad que me rodea, en cierto sentido, también la creo yo.
Cuando ya casi llevaba una hora de paseo un tercer hecho analizable ha sido el constatar que ya tenía ganas de volver a casa. Esto me ha dado pie para pensar en la volubilidad, inconstancia o tendencia a cambiar de la mente humana. Si sólo hacía una hora estaba deseando disfrutar de mi libertad, ahora ya empezaba a pesar el cansancio y el calor y ya mis pensamientos se dirigían hacia el reposo y el fresquito.
La cosa todavía se ha complicado más cuando al volver a llamar sobre las 10:30, de nuevo nadie me abría. Aquí la serena reflexión se ha tornado en descarnada irritación y el mundo de los sentimientos ha hecho su aparición. En mi interior me he jurado y perjurado que nunca jamás volveré a salir sin las llaves de casa.
Yo siempre abro la puerta cuando estoy dentro con la llave y así ya las tengo en la mano para salir. Nunca se me han olvidado de esta manera. Saludos.
ResponderEliminar¡Muy buena idea, Raúl! Tendré que tomar ejemplo. ¿Cómo va ese trayecto desde Sevilla? Ya me contarás. Un abrazo. José Luis
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