Translate

sábado, 21 de enero de 2012

Fiestas de San Sebastián en Pradilla de Ebro

Con enérgica decisión tomé el viernes el camino de Pradilla con el fin de llegar a tiempo a la misa y demás actos en honor a San Sebastián. El viaje se me hizo extrañamente corto. El día lucía espléndido y todavía me quedó tiempo para hacer una foto a las salinas de Remolinos.

Cuando llegué al pueblo ya se respiraba atmósfera de día festivo. Señores y señoras mayores salían de sus casas y se dirigían, engalanados, a la iglesia, lugar de referencia para dar el pistoletazo de salida a las fiestas en honor de su santo patrón.

Poco a poco en la puerta de la iglesia se fue congregando un público de lo más variopinto: mayores, jóvenes y niños compartían en alegre alboroto la ilusión de comenzar las fiestas. Cuando llegó la banda de música y aparecieron los danzantes, comprendí que el comienzo del atávico ceremonial era inminente.

Salieron los santos de la iglesia: La inmaculada, otra virgen más y San Sebastián y delante de ellos iban los danzantes (pequeños y mayores) para tomar posiciones en la plaza. Allí comenzó el antiquísimo ritual del paso de los danzantes por debajo de la peana de los santos para luego volver a su ubicación inicial y recorrer en procesión -bailando el paloteau- las calles del pueblo con el fin de retornar de nuevo a la iglesia.

El rítmico sonsonete de la banda de música servía de fondo y referencia para la evoluciones de los danzantes y la reiterada cadencia de sus sones generaba un invisible magnetismo que se perfundía entre todos los asistentes.

Llegados del nuevo al templo, los santos fueron introducidos devotamente en el mismo y los feligreses tomamos posiciones para atender al sacerdote oficiante (mexicano) y sus dos acólitos. Rápidamente empezaron a escucharse los sones de guitarras y bandurrias y las jotas de inicio de la misa baturra.

La misa también se me hizo muy corta. Agradecí el suave acento mejicano del cura en la prédica, y los cantes y sones de la rondalla. La celebración estaba muy bien preparada y no faltó detalle alguno, desde las ofrendas de los niños hasta las campanadas de la consagración continuando por el pase para besar la reliquia del santo. Yo también me sumé a este último ritual.

A la salida de la iglesia, unas señoras repartían generosos trozos de bizcocho bendecido. Tomé y me comí uno de ellos y como estaba buenísimo, con algo de pudor, volví a repetir.

Terminado el acto religioso, todo se preparó para continuar con los actos profanos. Ahora sólo se sacó a San Sebastián y, de nuevo en alegre alborozo festivo, música, danzantes y demás participantes, nos desplazamos hasta la casa consistorial.

Allí dio comienzo la tercera parte de las celebraciones. En primer lugar, los mayorales de los danzantes entablaron un antiquísimo diálogo en verso acerca de la preparación de una batalla en el que se destacaba el valor de las tropas españolas frente a las berberiscas. Allí se fueron desgranando las virtudes y excelencias de los nuestros y también las del otro bando. Al final del recitado, el general cristiano perdona generosamente la vida al caudillo almohave y le emplaza a volver a Marruecos. Aquí paz y después gloria.

Con posterioridad, los niños y niñas danzarines, iniciaron el baile de las cintas y, aunque tuvieron que repetirlo en dos ocasiones, finalmente salieron victoriosos del trenzado y destrenzado de las mismas.

De nuevo tomaron posiciones los danzantes mayores para ir pasando de uno en uno frente a San Sebastián, recitarle sus mejores versos y someterse a las jocosas cuartetas que les dedicaron los mayorales.

Sólo restaba el baile de las cintas y el paloteado final que los mayores ejecutaron con magnífica precisión. Al finalizar, todo el público aplaudimos rabiosamente y los danzantes -un tanto fatigados- se retiraron y fundieron en abrazos con sus familiares.

Debo reconocer que me emocioné en varias ocasiones. Por una parte recordaba las hogueras de mi pueblo (Uncastillo) y la procesión del santo por sus calles en las que yo, cuando era niño, también participaba. La misa baturra también me llenó de sentimiento. Es inevitable, en los de mi edad, al oir una jota bien cantada.

La magnífica preparación y desarrollo de todos los actos me dejó muy gratamente sorprendido. La armonía, alegría y alborozo que todo el pueblo de Pradilla manifestaba, me dio que pensar -por contraste- con el aire un tanto fúnebre que yo percibía en las procesiones y otros eventos civiles de mi pueblo.

Seguro que los sufrimientos por los que tuvo que pasar la población uncastillera en los años anteriores y posteriores a la guerra civil dejaron esa triste huella invisible omnipresente en todas las celebraciones.

 Pensaba quedarme a comer en un restaurante del pueblo pero consideré que lo más importante ya estaba visto. Me hubiera gustado presenciar la entrega de una placa como hija predilecta del pueblo a Yaiza (ex alumna de la academia Barandal, con cuyos padres mantengo una cordial relación) pero me decidí por volver a casa a una hora prudencial. En mi recorrido de vuelta repasé una y otra vez los sonsonetes de la música y las imágenes de todo lo vivido. Decidí que al año que viene, si Dios quiere, volveré de nuevo a Pradilla.    

1 comentario:

  1. Por los caminos del Ebro,también se encuentran tradiciones, también muy sentidas, ya sabes, lo de antes llevándolo al momento actual, con tu reflexión, suele poner carne de gallina mezclada con un poco de tristeza y melancolía.Saludos de Javier.

    ResponderEliminar