Dispuesto este año a disfrutar a tope del día de San Valero, lo primero que hice el sábado fue repasar la programación que ofrecía el ayuntamiento para la jornada. Tomé meticulosa nota de los eventos que más me interesaban: la visita guiada al ayuntamiento y la entrada gratuita a los museos de la ciudad y hoy, domingo, sobre las 9:20 de la mañana ya me encontraba en la plaza del Pilar, preparado para paladear lo que se adivinaba como una estupenda jornada de finales de enero.
Una banda de música desafiaba el aire y el frío mañanero y se arrancaba con una alegre melodía. Las vendedoras de roscón ya habían ocupado sus emplazamientos y una generosa cola de personas esperaba la oportuna orden para tomar una porción del preciado -gratuito- manjar repostero.
Por mi parte, me he encaminado rápido a las puertas del ayuntamiento en la creencia que las visitas guiadas comenzaban a las 9. Un señor de 78 años muy bien llevados -el único presente en la fila- me ha advertido del subsanable error, pues las visitas, según me ha dicho, comenzaban a las 10.
Con él he trabado amena conversación. Enseguida han coincidido nuestros intereses pues ambos hemos resultado ser amantes del senderismo. De modo admirable, él me ha relatado cómo estos dos últimos años los ha dedicado a recorrer el Canal Imperial por su margen izquierda desde Fontellas en Navarra hasta El Burgo de Ebro ya en nuestra tierra. Yo me he quedado boquiabierto ante tal despliegue de energía y estas reflexiones me han dado muchos ánimos para pensar la cantidad de cosas que todavía puedo hacer -si Dios quiere- después de la jubilación.
Entre unas cosas y otras se ha hecho la hora de entrar en el edificio consistorial y, para sorpresa nuestra, el propio alcalde ha salido en persona a saludar a los miembros de nuestro primer grupo, de uno en uno. Luego, acompañados de una excelente guía hemos ido recorriendo las distintas dependencias del consistorio, deteniéndonos de vez en cuando para apreciar mejor las virtudes de este cuadro, el origen de este adorno o la procedencia de aquella mesa.
De nuevo nos hemos sorprendido muy gratamente cuando al llegar al despacho del alcalde, el propio Juan Alberto Belloch se ha ofrecido para explicarnos las particularidades de su lugar habitual de trabajo. Con muy buenas habilidades didácticas nos ha comentado el hallazgo y restauración de la mesa de su despacho, del siglo XIX, dos de las medallas otorgadas a la ciudad: la de San Sebastián y la de Soria, el busto de Goya, el artesonado del techo, etc, etc.
Yo, mientras tanto, aprovechaba esta inusitada oportunidad para tomar varios vídeos con las explicaciones del regidor de la ciudad, e incluso he aprovechado para que un señor del grupo, muy majo, nos sacara también a mí y al alcalde.
El munícipe se ha despedido y la visita ha continuado según los cánones establecidos. Para finalizar, se nos ha mostrado la sala de recepciones y, en la misma, era de notar el curioso detalle de los cuadros de todos los alcaldes, que han sido, de Zaragoza desde el siglo XIX. Curiosamente, faltaba el de Belloch, aunque luego he pensado que el boceto no se pergeñará hasta que termine definitivamente su mandato.
La guía nos ha sugerido, amablemente, ir descendiendo las escalinatas de acceso a la primera planta y, finalmente, se ha despedido de nosotros pues ya estaba un nuevo grupo preparado para la visita.
Me he encaminado luego al museo del puerto fluvial de Caesaraugusta ya que, al ser San Valero, la entrada era gratuita y allí me he admirado de la imponente obra que se adivina al contemplar los cimientos de lo que, en su momento, fue un monumental conjunto que formaba parte del foro de la ciudad. Las dimensiones de los basamentos de las pilastras y las escalinatas que comunicaban con los muelles del puerto dan, igualmente, fe de la magnífica obra desarrollada en sus inicios, al menos, por los soldados de las legiones VI Victrix y X Gémina, fundadoras, junto con la IV Macedónica, de Caesaraugusta.
Desde la Plaza San Bruno me he desplazado a la calle San Juan y San Pedro, donde se ubica el otro pequeño museo también muy interesante: el de las termas públicas. Allí los vestigios son más escasos pero con todo, se adivinan perfectamente -gracias a la restauración- los restos de lo que fueron unas letrinas y el vaso de lo que fue una piscina pública porticada al aire libre. La actividad de las termas, por lo que indica la cartelería, abarcó desde el siglo I a.C. hasta el siglo IV d.C.
No me detendré en las mil y una reflexiones que venían a mi mente a cada paso que daba en ambos museos. Algunas son las habituales: la fugacidad de la vida y los afanes de nuestros antepasados. Otras derivaban ya por el terreno metafísico: el sentido de todo ese esfuerzo, de tanta lucha por conquistar gentes y territorios, que aparece siempre como algo inseparable de la historia de la humanidad.
He constatado que la intensidad del viento y del frío se hacía más patente después de las tres visitas y sin pensármelo dos veces, me he encaminado hacia el Puente de Hierro para tomar la ruta de vuelta a casa. Sabedor de la tradición zaragozana por estas fechas, considero que los rituales básicos: roscón y viento se han cumplido. El añadido de la visita al ayuntamiento y los dos museos ha constituído, sin duda, mi particular enriquecimiento de la experiencia de hoy, día de San Valero.