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viernes, 6 de agosto de 2021

De Londres a Uncastillo con escala en Zaragoza.



Si todos tirásemos en la misma dirección, el mundo volcaría.

Proverbio judío


 Este verano está siendo bastante atípico. Escapar de los rigores veraniegos de Zaragoza la primera quincena de julio ha constituido la primera novedad. Pasar de una macro-ciudad a un entorno rural sin transición alguna ha sido la otra.

Llevo casi una semana en el pueblo. He subido solo. Bueno, me acompaña el perro. Y como os podéis imaginar el contraste entre un hábitat y el otro se presta a las más variadas reflexiones.

Un paseo solitario por las calles del pueblo te traslada de inmediato a tu infancia. Cada rincón, cada esquina, te sugieren mil y una situaciones.

Pero reflexión sobre reflexión también notas al instante cuanta gente ha desaparecido. Multitud de viviendas se encuentran cerradas a cal y canto. Sus moradores han pasado a mejor vida. El silencio estremece. 

Las casonas de abolengo están ahora mudas. Lo que antaño constituyó una muestra de poder de los adinerados del pueblo ha devenido en abandono cuando no en auténtica ruina. Tanta prepotencia. Tanto comportamiento ruin... ¿Para qué?

El envejecimiento de los que conoces de siempre se hace ahora más evidente. Al igual que uno mismo, para los demás también ha ido pasando el tiempo. Hablas con los que te llevan 15 ó 20 años y ya no es como antes. Conversas con ancianos. El cura ha cumplido 91 años. Con eso lo digo todo.

El contraste entre mi vida en Romford y mi vida en el pueblo no puede ser más marcado. Allá no me conocía nadie. En Uncastillo enseguida se me clasifica por mi familia y mi trayectoria personal.

Las sociedades de ambos mundos no pueden ser más antitéticas. En la capital del Reino Unido prima la multiculturalidad y la diversidad étnica y religiosa. En el pueblo se impone la uniformidad en todos esos ámbitos.

El mundo entero tiene su particular representación en Londres; en el pueblo sólo estamos los locales. Las referencias a la familia son habituales en las conversaciones. Aquí todo el mundo sabe de qué casa eres.

Los escenarios en los que viviste de niño se van desdibujando. El río ya no es lo que era. Por el monte ya no ves a nadie. Las -antaño- bulliciosas calles, permanecen ahora en silencio. Los jóvenes se entretienen con diversiones urbanas. Ya no se juega al guá ni a los chapines.  El móvil es omnipresente.

Un sentimiento contradictorio se apodera de mi cuando paseo por las inmediaciones de la villa. Agradezco la tranquilidad y la serenidad que me presta el entorno pero a su vez añoro los tiempos en los que la incesante actividad y el bullicio llenaban cada instante de mi vida en el pueblo.

Menos mal que Zaragoza me sirve de escala intermedia entre dos mundos tan distintos.

Casi tengo ganas de volver.


2 comentarios:

  1. Buena crónica has escrito, lo mucho en Londres, lo intermedio en Zaragoza, y por razones del paso del tiempo y el origen en una localidad pequeña,la excesiva tranquilidad. Recreas un poco la tristeza,,,,, cuesta avanzar sin mirar hacia atrás,,,,,que le vamos hacer,,,,es la vida.
    Un abrazo de Javier.

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  2. Amigo José Luis,alejarse julio y agosto de Zaragoza se agradece por el frescor de la casa.Una barbacoa en el pueblo es un deleite.En general, no sé por qué ,tal vez por la mejor temperatura dentro de casa la comida sabe mejor…Un paseo por el monte ,dejando hablar a la naturaleza ,reconforta y te hace reencontrarte con tus ancestros.Volver al duro asfalto con las pilas cargadas,ayuda.En fin al menos a mí.Un abrazo,desde un pueblecito de montaña ,tan pequeño, que hay días que aunque queramos , no podemos echar un guiñote , por falta de gente . Ni comparación con Uncastillo que es un pueblo grande.Pero la infancia y adolescencia pesan mucho y cada uno ama su pueblo …Hay algo atávico en eso.Saludos.👍🏻

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