No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado,
para darte cuenta de cuanto has cambiado tu.
Nelson Mandela
De crío la electrónica me entusiasmaba. La magia que hacía funcionar un intermitente o el misterio escondido en las válvulas de un televisor de los de antes llamaba poderosamente mi atención.
Siempre quise entender el secreto de la ida y venida de los electrones y de su regulación en los circuitos electrónicos y siempre me topé con la misma dificultad: el mundo electrónico se escapa a nuestra mirada.
Los electrones circulan por los microchips y realizan la función que se les encomienda pero todo sucede a nivel microscópico. A diferencia de la mecánica, la electrónica la tienes que entender y -sobretodo- te la tienes que creer.
Cuando ya vino la era de los ordenadores, el dogma de fe que tenías que aceptar todavía era de más enjundia. A la complicación de los circuitos se añadió el álgebra de Boole, el software y la programación.
El último paso -el límite del conocimiento- apareció con la telefonía móvil y los "smartphones". Aquí las cosas funcionan a nivel cuántico. El "efecto túnel" se aprovecha a tope en las redes inalámbricas. Las cosas ya no son ni blancas ni negras. Todo se basa en la probabilidad de dónde puede estar un electrón en un momento determinado.
Cuanto más me quiero enterar de que va la física cuántica, más perplejo me quedo. En este terreno nada es como parece. Las partículas pueden estar y no estar al mismo tiempo. La luz puede comportarse como onda y como partícula. Y dos partículas entrelazadas se pueden comunicar instantáneamente aunque estén a millones de kilómetros.
Bien pensado yo creo que también soy cuántico. Ciertamente, en muchos aspectos de mi vida muchas cosas no son como parecen. A veces puedo estar y no estar en un determinado estado emocional. O enterarme y abstraerme al mismo tiempo de una conversación.
Puedo establecer un entrelazamiento con mis personas queridas y sintonizar con ellas aunque estén a miles de kilómetros o aunque hayan desaparecido definitivamente.
Me puedo comportar también como onda y como partícula. Mi longitud de onda cambia con mi estado de ánimo y la partícula José Luis o la Pueyo o la Caude pueden comunicar en frecuencias diferenciadas.
No, el mundo cuántico no me es ajeno.
Y aunque sé que puede que no lo entienda nunca, estoy seguro de que sus reglas me afectan y me condicionan.
Dicen que el vacío absoluto no existe y que allí donde creemos que no hay nada, una espesa espuma de partículas aparecen y desaparecen ¡porque sí!
De mi mente también están surgiendo constantemente razonamientos, impulsos, emociones y afectos. Una especie de "espuma cuántica" que me acompaña allá donde voy.
Sí. Decididamente soy cuántico.
Buena exposición y sabiduría sobre microchip y electrones, veo que dominas el tema, lo has expuesto perfecto.
ResponderEliminarPara los profanos, todo es verdad, porque funciona perfectamente.
El artículo lo he leído tres veces y algo he comprendido.
Eres único con tus planteamientos y supuestos.
Saludos de Javier.