La infancia es una etapa que deja huellas indelebles en todas las personas. Multitud de experiencias, emociones y vivencias quedan impresas en la mente de todos y cada uno de nosotros. Esa impronta marcará para siempre nuestro destino; irá conformando nuestra personalidad.
Los -y las- que tuvimos la fortuna de vivir nuestra infancia en un pueblo quizás hayamos quedado especialmente "tatuados". Más en los tiempos actuales en los que tanto se ha acentuado la distancia entre lo que vivimos de niños y el mundo contemporáneo. Por otra parte el cerebro también hace su trabajo de desbastado de experiencias penosas quedando, por tanto, una mayoría de recuerdos positivos en forma de candoroso pasado.
Pero la mente trabaja también a un nivel más profundo. Es el mundo del subconsciente. De lo que ha quedado aparentemente oculto pero que sigue influyendo de forma notable en nuestro comportamiento. El motor que impulsa muchas de nuestras conductas. La explicación de muchos de nuestros actos.
Y para mi que en esta etapa de jubilados es cuando más se magnifica la conexión con el pasado. Cuando el recuerdo selecciona emociones y experiencias pretéritas. Cuando plasmamos en hechos aquello que tanto nos impactó en nuestros años infantiles.
Así, muchas veces me he preguntado por el insistente impulso que a lo largo de mi vida me ha conducido a adquirir una parcela de terreno cerca de Zaragoza. A que no pasen más de tres días sin acudir a visitarla; a plantar y cuidar árboles o a criar abejas. Reflexiono sobre todo ello y la respuesta salta enseguida a la vista: estoy recreando en las cercanías de la ciudad lo que fue mi vida en la infancia en el corral de Gabardilla y también mis visitas al remblar del Arba.
El equivalente a la cabaña del corral sería la caseta de la parcela de Villamayor. Los cerezos y demás árboles frutales que allí he puesto se corresponden con los frutales del Arba. A falta de barbos he comprado unas carpas de colores que medran en la poza de la parcela. Las caballerías las he sustituido por el coche y la moto. La cuadra es el garaje de mi casa. Pero hay más:
El recuerdo de la balsa siempre me ha acompañado y lo que he hecho ha sido excavar un remedo de balsa en los pinares de Villamayor donde, por cierto también tengo las abejas -casi con la misma disposición con la que estaban en Gabardilla-. He plantado romeros y tomillo y en breve también dispondré de espliego.
Todavía hay mucho por recrear. Faltan las cabras, las gallinas y los patos. Tampoco estaría de más hacerse con un burrico para los trayectos cortos o plantar por la tarde los cepos para coger algún gazapo. Y lo que es más importante; encontrar algún avatar de mis padres, mi hermana y mis abuelos de los que tanto me acuerdo.
Mucha faena me queda.
En fin, todo se andará.
Permítame, usted, que le dé la enhorabuena.El artículo es digno de una conferencia pedagógica, de alto nivel aclarador para los que demandan actividad y explicación en el mundo de la jubilación.
ResponderEliminarTienes toda la razón, la mente se nos va para esas épocas.
Me ha gustado mucho el desbastado de la mente para olvidar los tristes recuerdos y la recreación de todo lo que fue,...y el avatar de los seres queridos.
He leído el artículo cuatro veces,... me ha maravillado.
Habrá que poner algún cepo,... con tiento, y al atardecer,... el sol de los conejos. Un abrazo, José Luís.
Perdone usted,no habías puesto las fotos al principio y mira que sorpresa motivadora.¡Qué años aquellos !. El dibujo,los fotos expuestas con mucho corazón,... ¡ cómo pasa el tiempo. !Javier se ha emocionado con este artículo.Vivencias cercanas.
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ResponderEliminarEmotivo e instructivo artículo ,José Luis.Realmente la infancia nos marca para siempre.La educación lo es todo.
Ah por cierto...un saludo para Javier.
Precioso, Jose Luis ... cuando encuentres los avatares, me avisas que yo también quiero ir
ResponderEliminarAyyy! ese tiempo pasado, melancolía, bueno el recuerdo y quizá mejor el presente que nos construya recuerdos para el futuro.
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