Ayer me invitó mi hija pequeña a una sesión en el gimnasio
Virgin Active al que acude periódicamente. Era una visita de prueba, para ver las instalaciones, las actividades que realizan y cómo se organizaban. Tan bien me había hablado del gimnasio que quería comprobar por mí mismo las bondades del centro.
La experiencia no ha podido ser más agradable. Desde el primer momento, empezando por la exquisita atención de los empleados en la recepción y continuando con el sosegado ambiente que se respira por todo el recinto, me sentí como en mi casa.
Una vez cambiados y equipados con la vestimenta adecuada, empezamos con la bicicleta estática aupándonos a unas sofisticadas máquinas que registran en todo momento los más variados parámetros del usuario: calorías consumidas, velocidad, grado de esfuerzo, nivel de objetivo propuesto alcanzado, etc. Y continuamos con otro modelo de bicicleta con un respaldo más inclinado que medía parámetros parecidos. Enfrente de nosotros había unas cuantas pantallas de tv y, si lo hubiéramos deseado, podíamos haber conectado unos cascos para escuchar el audio al tiempo que pedaleábamos.
Finalizado este breve calentamiento, acudimos a una sesión de estiramientos en una sala muy bien acondicionada y excelentemente orientada. El monitor nos iba mostrando con mucho tino las distintas posturas que debíamos adoptar al tiempo que una suave música oriental iba destilándose por todo el recinto. Yo era el único varón en el grupo y no precisamente el más ágil, así que, mentalmente, me comprometí a trabajar este ámbito en posteriores ocasiones.
Terminada la sesión postural oriental nos encaminamos al spá donde nos deleitamos en sus cálidas aguas y probamos durante largo rato todo tipo de chorros y burbujas. Tan a gusto me encontraba y tan relajado que parecía que estuviera en el mismo paraíso. Aún así acepté la sugerencia de mi hija de probar las dos saunas: la húmeda y la seca. Ambas experiencias resultaron, asimismo, impactantes y muy gratificantes.
Vuelta de nuevo al spá y aún realicé otra nueva excursión a la sauna húmeda en la que, entre vapores y música relajante, se desleía un suave aroma a menta. Al salir de la ducha, el que lo deseaba, podía darse unas fricciones con hielo escarchado elaborado de forma automática por una máquina preparada al efecto.
Una nueva ducha, esta vez con agua más fría, marcó el final de la experiencia. Nos vestimos y, al salir, un consultor del gimnasio me preguntó, amablemente, cómo me había ido y me detalló precios y condiciones por si quería repetir la experiencia de forma más continuada.
Para los que somos de pueblo y hemos vivido habitualmente enfocados al trabajo este tipo de experiencias siempre representan una nueva dimensión. En lugar de identificar ejercicio con trabajo físico, aquí se trata de disfrutar sin más, de recrearse en una variada gama de emociones. De dejarse llevar. La sofistificación de máquinas, aparatos y equipamientos va en aumento y se incrementa día a día. Los seres humanos somos insaciables en nuestro afán de probar nuevos métodos, de experimentar nuevas sensaciones...
Y desde luego este entorno no se crea así por las buenas, de la noche a la mañana. Está todo muy bien pensado y planificado. Los dirigentes del gimnasio saben lo que llevan entre manos. Han conseguido un alto nivel de satisfacción entre la clientela. La notable afluencia de usuarios que observé, da fe de ello.
Muchos negocios y muchos empresarios deberían tomar nota de este hecho: los consumidores cada vez exigimos más y pedimos la excelencia en productos y servicios. Y si no nos la dan, simplemente no repetimos. No es el caso del gimnasio Virgin al que, con toda seguridad, volveré.
¡Feliz verano, peripleros!