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viernes, 16 de junio de 2017

Calor

Estos días las temperaturas están alcanzando cifras de récord. Los telediarios se llenan la boca contándonos las desventuras de los ciudadanos y todos estamos muy pendientes del hombre (o mujer) del tiempo.

Yo recuerdo mis años mozos cuando iba al campo con mi padre. Seguro que también hacía calor en verano, pero la cosa se vivía de otra manera, con más naturalidad y también con más encaje. Con el sombrero de paja y el botijo se resolvían las situaciones. Y de vez en cuando, durante la siega, una jota para espantar al astro rey.

Ahora da la sensación de que tengamos que vivir a temperatura constante. Los aires acondicionados no dan tregua. Tanto en los domicilios como en los coches. No soportamos ya temperaturas por encima de los 24 grados...

Lo mismo ocurre con las vacaciones. De niño, en el pueblo, recuerdo que ni siquiera existía ese concepto. En verano era cuando más se trabajaba y era impensable dejarlo todo y desplazarse a otro lugar solo a holgazanear. Existía, eso sí, la expresión "los veraneantes" referida a los hijos e hijas del pueblo que se habían ido a la ciudad y volvían a su pueblo en el mes de permiso en el trabajo...

De manera que, me da la impresión que nos hemos ido poco a poco haciendo más enclenques, menos adaptables a los cambios y a los desafíos de la vida. Es verdad que cuando conoces lo bueno, es muy complicado volver a lo anterior. Esto sería de aplicación para la calefacción y el agua caliente, el teléfono móvil, el frigorífico, la televisión, el ordenador y cientos y cientos de cachivaches que han ido colonizando nuestros hogares ¿qué ocurriría si un día no pudiéramos contar con ellos?

No digo que sea mejor prescindir de los adelantos. Más bien pienso que los hemos de utilizar con mesura.

1 comentario:

  1. Las comodidades nos han vuelto más comodones, la capacidad de aguante es mínima, enfrentarse al astro Sol en días fuertes de calor, como estos días, es una eterna queja. Recuerdo los tiempos de siega en pleno sol aguantando sin chistar el canto de la cigarra. No nos pasaba nada, eso si, buscábamos la sombra de algún chiniplo. Nuestros padres tuvieron mucho aguante, la metereologia hacia buenas migas con ellos y ni el frío ni el calor les asustaba, admitían todo como bueno, la naturaleza mandaba, ahora es distinto. Buen artículo, José Luis, saludos.

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