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domingo, 5 de junio de 2011

Historia e intrahistoria

Llegar a Calatayud no tiene dificultad. La carretera es bien conocida y la facilidad de circular por autovía aligera los trámites perceptivos notablemente. Por ese motivo el viaje ha estado trufado por aditamentos de familiaridad mezclados con unas briznas de curiosidad al comprobar que la carretera se halla casi toda ella en obras.

Una vez en la villa, la decisión de dónde estacionar el coche se ha saldado rápidamente al encontrar milagrosamente un hueco en una calle con nombre de difícil recuerdo.

Así que he tenido que echar mano de la retentiva visual para evitar que me ocurriera lo que en algunos sueños me pasa: ¡no encontrar el coche aparcado!

Enseguida, los miembros habituales de El Periplo (mi mujer y yo) nos hemos encaminado hacia una plazuela en la que ya se adivinaban los ires y venires de gentes vestidas al uso de la Edad Media y también se empezaban a escuchar los primeros sones de una alegre musiquilla que ya rondaba nuestros oídos a guisa de saludo.

El formato elegido para la celebración de las "Alfonsadas" me ha parecido bien original. Mezcla de feria de abril (con sus adornos y casetas) y de implicación ciudadana ya que la mayoría de los asistentes iban ataviados como se supone lo hacían los habitantes de la ciudad allá por 1120 que es cuando las crónicas dicen que Alfonso I El Batallador, conquistó la ciudad.

Como hemos llegado sobre las 11:20 nos hemos perdido el espectáculo de la danza del vientre previsto en la Plaza del Carmen y hemos optado por esperar a las 12:00 horas para asistir al concierto teatralizado "Músicas y leyendas del Rey Batallador" en la iglesia de San Pedro, ofrecido por Los Navegantes. Para hacer tiempo hasta medio día hemos continuado nuestro recorrido por las calles de la ciudad, caminando por la calle rúa de Dato hasta que, en un momento determinado nos hemos dado de bruces con la Iglesia de San Juan el Real.

Allí tiene su sede la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y allí mismo ha sido donde la historia oficial (sí, sí, la de las batallas, los reyes y las revueltas) ha dejado paso a la intrahistoria; es decir los hechos que yo recordaba en los años que dediqué a estudiar la licenciatura de pedagogía en esta universidad.

La conquista y cristianización de la ciudad ocurrió hace nada menos que -aproximadamente- unas 36 generaciones. Desconocemos, por tanto mucha información de lo que ha ocurrido desde entonces en Calatayud. Mi intrahistoria todavía la puedo hilvanar gracias a los recuerdos que todavía perviven en mi memoria de mis viajes a Bílbilis a dar cuenta de mi suficiencia de conocimientos en Didáctica, Historia de la Educación, Estadística aplicada a las ciencias sociales, etc etc.

Estos pensamientos iba destilando y atrás quedaban como una estela del camino recorrido y, enseguida se ha hecho la hora de asistir al concierto.

Los Navegantes eran tres músicos bien distintos cada uno de ellos y ya entraditos en años. El del laúd llevaba la voz cantante y narraba de forma amena y divertida las peripecias de un pastor de la Canal de Berdún en su busca del santo grial. Luego estaba el navegante más delgado experto en utensilios musicales de la edad media (salterios y zanfoñas) y finalmente el navegante más circunspecto, experto en tamboriles, mandora y cítaras. El trío ha desgranado una muy acertada selección de música Alfonsina y judía. Todas las piezas parecían destilar reminiscencias árabes.

Yo (y algún otro asistente) hemos tomado -atrevidamente- varias fotos con flash y el concierto ha debido detenerse unos segundos para advertirnos que por favor no disparáramos más porque la ráfaga de luz podía cegar a los virtuosos. Un poco abochornado he guardado disimuladamente mi cámara en el bolsillo al tiempo que me esforzaba en parecer más interesado que nunca por el devenir del concierto.

Ya en el epítome he debido intensificar mi interés por las cántigas al percibir sutilmente que mis ojos se empeñaban en cerrarse. Así he evitado -creo yo- la probable amable reprimenda de los músicos ya que nos encontrábamos en primera fila.

El espectáculo ha durado aproximadamente una hora y la hemos dado por bien empleada. Después de dejar atrás la iglesia de San Pedro de los francos nos hemos encarrilado de nuevo al mercado medieval que ya estaba bulliendo de actividad. Allí un sinfín de tenderetes ofrecían a los interesados todo tipo de productos. Me han llamado la atención unos "cascabeles para llamar a los ángeles" y unos saquitos perfumados con repuesto de perfume. Una leve indicación de mi señora ha sido suficiente para que adquiriéramos un par de estos últimos.

También nos hemos acercado a una carpa en la que se exponían "in vivo" aves rapaces de todo tipo y plumaje bien sujetas -eso sí- con una cadena para que no se escaparan. Supongo que los halconeros tendrán razones de peso para seguir con esa afición pero a mi, la privación de libertad a cualquier animal me parece deleznable.

La glucosa iba descendiendo y los jugos digestivos no paraban de avisarnos de la necesidad de refacción; así que nos hemos encaminado hacia el paseo principal (paralelo a la antigua carretera de Madrid), lugar en el que múltiples establecimientos dedicados a la restauración ofertan sus manjares al visitante.


Después de una rápida incursión y dos intentos fallidos (por el precio), nos hemos decantado por el restaurante "Mamma mía"que por sólo 12 € (IVA incluído) ofertaba un interesante menú con opción a elegir cuatro primeros y cuatro segundos más el postre o el café. El establecimiento se ubica en el primer piso de una vivienda y cuando hemos llegado estábamos solos. La decoración y la disposición de las salas, muy cuidadas y el servicio amable. De primero hemos pedido, yo ensalada con frutos secos y RM arroz con setas y, de segundo, ambos, pechuga de pollo al roquefort. Por no extenderme en detalles diré que hemos comido muy bien; tranquilos y bien atendidos. Cuando ya pagábamos el local estaba bastante concurrido.

Acostumbrados a la cabezada después de comer, después de varios ensayos, nos hemos decidido a desplazarnos con el coche hasta la ribera del Jalón donde estábamos más fresquitos. Allí hemos reposado y digerido la comida al tiempo que nos despejábamos con vistas al viaje de vuelta a Zaragoza.

El regreso se nos ha antojado más rápido que la ida y en un santiamén hemos llegado a nuestra otra ciudad romana: Zaragoza.

Final de actividad y nuevo descanso para amortiguar el viaje. Domingo entretenido y muy bien empleado con las VI Alfonsadas de Calatayud.


1 comentario:

  1. Me pones los dientes largos viendo tus excursiones
    por los lugares de Aragón, salís de la gran ciudad y visitais los tenderetes; Calatayud merece la pena, colores de azuletes morunos pintan las fachadas de las casas y su fina repostería se acercan al sabor de la confitería de mi tío Valentín, en otrora, sabor de plaza y caramelicos.En todas localidades saben pintar muy bien el ambiente medieval, que si lo miras , no nos es muy lejano.Bonitos reportajes los que nos traes cada quine días. Un abrazo de javier.

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