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domingo, 13 de marzo de 2011

Senderismo en un plisplás

Por no preparar, ni siquiera he desayunado. Ayer volvimos a casa un poco tarde y, a pesar de que iba un poco corto de sueño, no quería faltar a la cita a la que no pude acudir ayer, sábado porque la mañana amaneció lloviendo.

De manera que he salido de casa como un huracán. Sólo provisto de lo básico y ni aún eso porque debería haber cogido la mochila y calzar zapatillas pero la urgencia de realizar el recorrido ha pesado más que la debida previsión con los elementos básicos del buen senderista.

Mi dieta mañanera -elegida precipitadamente- consistía en una manzana, un plátano y un sobao y -como digo- el calzado ha sido el habitual de los días laborables: zapatos.

Tampoco me había interesado por el tiempo. Al llegar a la altura del Burgo de Ebro, se divisaban unas nubes negras amenazantes que, al principio he asociado a tormentas pero luego he confirmado que simplemente se trataba de niebla. Así que ha habido que conectar los faros antiniebla y además cuidar de no superar las velocidades establecidas porque las multas pueden ser de campeonato.

La secuencia de poblaciones ribereñas se ha sucedido con la normalidad habitual. No, no había ningún pueblo cambiado de emplazamiento y, después de El Burgo ha aparecido Fuentes y luego Quinto. Me he desviado a la izquierda en dirección La Zaida y realizando un recorrido paralelo al Ebro, he llegado finalmente a Sástago.

Después de aparcar el coche, me he aplicado crema solar en abundancia en la cara para evitar males mayores. Me he encasquetado el sombrero y las gafas de sol y sin más dilación he emprendido el camino hacia el puente que cruza el Ebro en dirección Escatrón.

Habituado a recorridos de cierta envergadura, el de hoy, de sólo 9 km me parecía un poco "de juguete" y por eso no he venido mejor pertrechado. Sí que me he tomado la molestia de imprimir tres hojas con el plano del recorrido y la descripción por si las moscas. En realidad lo he hecho a la inversa porque mi intención era llegar a Escatrón, tocar marro y volver.

Nada más pasar el puente un letrero indicador me ha encarrilado hacia El mirador de los meandros. Un paseo agradable entre romeros, aliagas y espartos. Todavía estaba húmeda la tierra del agua de ayer y la roja arcilla se pegaba a las suelas de mis zapatos. Este recorrido inicial se estrenaba con el ascenso por una cuesta bastante empinada que, una vez culminada, continuaba flanqueando la colina por un sendero bastante bien conservado.

No estaban tan conservados unos árboles que en su momento se debieron plantar allí ya que me ha llamado la atención que todos se habían secado. La figura de los troncos secos yacientes en la ladera de la montaña me ha traido el pensamiento de lo habitual que suele ser en los pueblos la falta de mantenimiento de instalaciones o equipamientos que inicialmente cuestan mucho y luego no se conservan por esta falta de cuidado y atención.

He coronado la colina y llegado al mirador de los meandros. No he permanecido mucho allí porque el lugar no me atraía en absoluto: al lado de la carretera y poco cuidado estéticamente.

Enseguida he enfilado por un camino en el que un letrero en amarillo anunciaba como "camino jacobeo". He pensado que esa terminología y rotulación eran más bien propias del clero que de montañeros curtidos en mil y un recorrido.

Me he introducido poco a poco en un paraje más abrupto salpicado de aliagas y romeros en flor (ya llega la primavera) y, una vez divisado otro cartel indicador, he descendido hasta llegar a una pista amplia y bien conservada. Por allí debía continuar, según todos los indicadores.

El calor apretaba. Por un momento he sentido cierto temor por si fuera a sentir sed y no llevar agua. Al llegar a una paridera todavía he sentido más perplejidad porque el camino se bifurcaba y no sabía muy bien cuál tomar. Felizmente, he divisado un aspa amarilla en el camino de la izquierda, indicación inequívoca de que no debía ir por esa vereda.

Ya más tranquilo al convencerme de que iba por el trayecto correcto, me he relajado y al tiempo que caminaba mi mente se perdía en mil y una disquisiciones.

Han llamado en primer lugar mi atención unos gusanillos tipo oruga que he ido observando durante todo el trayecto. Había infinidad de ellos y todos con un afán común de desplazarse hacia quién sabe donde. Enseguida he empezado a hacer cábalas sobre el origen de la vida, la maravilla que supone un simple gusano (la maravilla de la vida) y mi profundo asombro al pensar en cómo las primeras células se autoorganizaron a partir de los aminoácidos esenciales que, a su vez, bien pudieron llegar a nuestro planeta en alguna lluvia de meteoritos.

Es muy difícil asimilar que sólo con el concurso del paso del tiempo y las miriadas de experimentos que espontáneamente ha ido realizando la naturaleza, esas células primordiales, pasaron a ser cianobacterias, luego organismos más complejos y -después de varias extinciones masivas- y nuevos meteoritos golpeando nuestro planeta acabaran por poblarlo nuestros ancestros antropoides que, en un momento dado, experimentaron la mutación definitiva que nos hizo ser inteligentes. Yo formo parte de esa cadena ininterrumpida y me descubro ante la maravilla de todo el proceso. Más aún, con los últimos descubrimientos (ya tenemos quinientos y pico planetas extrasolares categorizados y hay en espera otros mil y pico) podríamos concluir que muy probablemente la vida es ubicua en el universo con todas las consecuencias que lleva una conclusión de esta envergadura.

Todas esas reflexiones me han sugerido los curiosos animalitos que, por otra parte disponen de una conducta curiosa en cuanto los tocas: se enroscan en espiral para protegerse mejor.

He llegado luego a una balsa plena de agua bastante trasparente. Un silencio riguroso me ha acompañado durante todo el recorrido y yo iba encantado ensimismado en mis pensamientos. Un rápido vistazo a la balsa y a continuar andando porque no quería que se me hiciera muy tarde.

En un momento dado he divisado la central términa de Escatrón en lontananza. Me he puesto más contento aún ya que era la confirmación definitiva de que iba por el buen camino. He tomado una foto y luego continuado el trayecto. He llegado a la ermita de Rueda que se encuentra en un estado de abandono total con la cubierta derrumbada y el resto del edificio amenazando ruina. Fotos por aquí y por allá. Saludos a una pareja que se encontraba por los alrededores y, como el monasterio se encontraba más abajo, fotos también para él.

Finalmente he llegado a las puertas del Monasterio de Rueda. Restaurado y muy bien acondicionado por la DGA. No se veía ni un alma en su interior. La crisis económica -he pensado- también hace mella en estas instalaciones. He paseado libremente por el recinto. He tomado fotos aquí y allá y me he paseado por el interior y el exterior -muy bien cuidado- disfrutando del agradable olor de una hilera de prunus pisardis que ya estaban en flor.

Me hubiera encantado quedarme a comer en el cenobio pero no era el caso: ni por tiempo ni por economía. Así que sobre las 12:15 he iniciado la vuelta a buen paso con el objetivo de deshacer los 9 km del recorrido.

Nuevas comprobaciones con los gusanillos. No, parece que no son sensibles a la luz porque mi sombra no los hacía parar. Son más sensibles al tacto. Imagino que millones de años de evolución también les han conducido a adoptar esa estrategia para despistar a sus depredadores, que por cierto, no se muy bien quienes son ya que no he visto ave alguna degustando carne de gusanillo.

La vuelta ha sido muy agradable. Con la seguridad de circular por la vereda correcta. Al llegar de nuevo a la paridera ya no ha habido vacilación y me he encarrilado por la bifurcación de la izquierda. En un momento determinado he elegido un atajo y -cosas del azar- a mitad del mismo me he encontrado una moneda que tengo que limpiar para saber si es actual o antigua. Luego he iniciado el ascenso de la pequeña montaña y aún me ha quedado tiempo para contemplar unas golondrinas silvestres que -por lo visto- deben anidar en las oquedades de rocas de tamaño considerable. De nuevo he llegado a la carretera. Afortunadamente no pasaba ningún coche y así ningún ruido de motor ha alterado el estado de nirvana en el que me encontraba.

Enseguida he continuado descendiendo hasta llegar al peculiar puente de Sástago y sobre las 13:45 arribaba de nuevo a la población.

En resumen: un paseo divertido y muy estimulante. Sencillo de realizar y nada agobiante. Para repetirlo en otra ocasión aunque mejor, acompañado por alguna persona de confianza con la que compartir la experiencia.

Llegaba de nuevo a casa sobre las 14:30 con la sensación de haber cumplido de nuevo con el deber. Aunque solo haya un participante, El Periplo Aragonés sigue en marcha.

Todas las fotos en este enlace de Picasa

1 comentario:

  1. Tenemos bonitos lugares cerca de Zaragoza, el mto. de Rueda es un ejemplo, buen paseo matinal y lucidez de interpretaciones, la tierra y su evolución vital, de seres vivos, de perfección y donde nada se escapa al azar, puede ser un oasis dentro de las posibles vidas en otros planetas; esto puede ser apasionante. un abrazo de Chavierin.

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