El fin de semana ha sido pródigo en experiencias y lo he dado por muy bien empleado. El viernes por la tarde fui con Rosa Mari a ver la película "El Santuario" que me encantó y el sábado por la mañana emprendí yo solo el viaje hacia Gistaín. Inicialmente iba a acompañarme mi señora pero finalmente debió atender otros menesteres. Ningún otro miembro de El Periplo o persona conocida se animó a venir al carnaval.
Pero los planes se tienen que cumplir y a las 8:35 me ponía a los mandos del Toyota para iniciar el viaje hacia tierras desconocidas con la finalidad de contemplar el evento iniciático y ancestral del carnaval en valles pirenáicos.
Tomé la autovía de Huesca circulando a buen ritmo y justo a la entrada de la capital me paré a repostar. Seguí después mi viaje en dirección Sabiñánigo con la idea de llegar hasta Boltaña por la carretera que va por Yebra de Basa, pero me encontré con que la carretera estaba en obras y debí dar media vuelta para tomar otra carretera que discurre paralela al Valle de la Guarguera. Fue allí donde empezó la verdadera aventura.
La carretera, más propia del XIX que del actual siglo se mantiene en un estado lamentable. Un firme mal mantenido y peor acondicionado dificulta el trayecto cuajado de curvas y tramos muy peligrosos.
Ello no fue óbice para que pudiera disfrutar enormemente con excelentes vistas de parajes y pueblos desconocidos para mí. Bueno, no todos desconocidos porque me hizo mucha gracia pasar por un pueblo llamado "Belarra", otro "Nocito"y un tercero "Laguarta". Todavía tuve tiempo de parar en un corral rodeado de nieve donde pacían tranquilamente un grupo de cabras al tiempo que un burro y un pollino se acercaban a mí mansamente.
Iba con un poco de prisa porque quería llegar puntual al carnaval, que según los planes previstos iba a comenzar a las 12:00 de la mañana así que no me quedó otro remedio que acelerar la marcha, desarrollando en ocasiones, una conducción deportiva. Ello me dio pie para enlazar con el argumento de la película "El santuario" donde el protagonista intenta descubrir los secretos de una inmensa cueva submarina poniendo para ello su propia vida en peligro.
Desde luego el sentir la sensación de riesgo y el hecho de ponerse uno a prueba, así como hollar lugares por los que nunca se ha pasado creo que es algo inherente al ser humano. Por oposición, la vida metódica, ordenada y metaestructurada de la ciudad, con sus rígidos horarios, monótonas tareas y sin margen para lo imprevisto, creo yo que va, de alguna manera contra la misma esencia del hombre.
Ya creía haber logrado mi cometido de llegar a la hora cuando arribé a Boltaña pero todavía me quedaba un trecho que debía recorrer yendo en dirección a Bielsa y desviándome luego a la derecha en dirección a Plan, San Juan de Plan "O cabo lugar" y, después de pasar por una zigzagueante cuesta, llegar, finalmente a Gistaín. Cuando bajé del coche daban las doce campanadas en el reloj del pueblo. Todavía me dio tiempo a grabar en mi móvil las tres últimas y de echarle una mirada al cuentakilómetros: había hecho 237 Km e invertido en ello tres horas y veinticinco minutos.
El pueblo se mantenía en un silencio absoluto. Ni rastro de ninguna celebración. Sólo las imponentes montañas que coronan el valle, cubiertas de nieve, me saludaban con su silenciosa presencia. No pude menos que dedicarles unos minutos atención y tener con ellas la deferencia de aprehenderlas en mi cámara.
Continué mi camino en dirección a la iglesia por ver si me topaba con alguien pero fue un vano intento porque nadie se cruzó en mi camino. La presencia de un nutrido grupo de gatos de distintos pelajes fue la nota anecdótica de este primer acercamiento al fantasmal pueblo.
Seguí tomando fotografías para hacer un poco de tiempo: al ajado campanario de la iglesia, a la escuela del pueblo, más montañas, otro gato, una casa típica, un salto de agua, unas peculiares arcadas, una inscripción en "chistabino"... y luego media vuelta, de nuevo en dirección al coche porque me pareció escuchar voces humanas cerca de allí.
Efectivamente, me encontré con un señor al que le pregunté por los actos de celebración del día. Su contestación no fue muy tranquilizadora ya que me vino a decir que si había algo de carnaval, sería por la noche.
No contento con ello, me di otra vez la media vuelta en dirección a un bar cercano a la iglesia y allí trabé conversación con el propietario y un único cliente que muy amablemente me pusieron al corriente de la situación: seguramente hasta las 4 no ocurriría nada porque los jóvenes no tenían ninguna prisa ya que habían trasnochado la noche anterior. Me dijeron, eso sí, que creían que venía la televisión aragonesa a realizar un reportaje y ese hecho podría precipitar un poco los acontecimientos. Pude, asimismo llamar por teléfono a un conocido del pueblo: Quino Villa que me comentó que sobre las tres y media de la tarde saldría la rondalla con la comitiva a visitar las casas del pueblo.
Así es que bajé de nuevo a la entrada del pueblo y, efectivamente, allí se habían concentrado un grupo de personas - muchas de ellas disfrazadas- que ya preparaban el "muyén" (moñaco), rellenándolo de paja para montarlo en un burro (ya dispuesto para el peculiar paseo). No parecía que hubiera un plan previsto para el desfile. Más bien todo se preparaba en función de las tomas que quería realizar la operadora y de las instrucciones del comentarista de televisión.
Eso me pareció un mundo cambiado ya que lo suyo hubiera sido que la televisión fuera a las órdenes de los carnavalescos personajes y no al revés.
Después de distintas repeticiones de toma con el burro subiendo y bajando por una cuesta, cargado con el muyén, alguien decidió que ya era suficiente y el animal quedó sujeto a una barandilla mientras que el resto del grupo se fue disgregando.
Era la hora de comer y me dirigí de nuevo al bar de la iglesia donde había apalabrado con anterioridad que iría allí para tomar mi refacción.
En silencio y sin compañía alguna en la mesa, degusté una excelente sopa de cocido y ternasco al horno, regado con vino de la casa. Un flan y un café solo cerraron magníficamente el yantar. También tuve tiempo de ojear una revista escrita en chistabino que el dueño del restaurante me ofreció amablemente.
Se hacía la hora de la salida de la rondalla y yo me fui acercando al lugar donde parecía escucharse la música. Divisé un poco más abajo el borrico con el moñaco y comprendí que los del carnaval se encontraban en el interior de una vivienda. Un señor me invitó amablemente a entrar y allí me encontré, entre otras muchas personas a Quino y su hermano disfrutando de la fiesta, el uno con la guitarra y el otro con la acordeón.
En un aparte, Quino me comentó -información de primera mano- su visión del carnaval actual. Ahora es más bien una ocasión para encontrarse amigos y conocidos que una verdadera fiesta transgresora del orden establecido como cuando él era niño. Hace veinte o veinticinco años los días de carnaval eran aprovechados por los jóvenes para "sublevarse" contra el orden establecido por los mayores; de manera que aprovechaban para hacer trastadas en las casas y rondar con sus estrafalarios atuendos. Los niños pequeños no pintaban nada en esa fiesta. Incluso llegaban a pasar verdadero miedo por el esotérico espectáculo que se organizaba por las calles del pueblo.
Me comentó también cómo el chistabino (lenguaje del valle) se va perdiendo poco a poco. Ese día yo lo oí hablar a bastantes personas en el pueblo pero Quino me confirmó que no hay suficiente reemplazo generacional para mantener viva la lengua ancestral de sus abuelos. Me invitó a visitar su casa en otra ocasión ya que en ella dispone de mucha documentación y artículos curiosos que constituyen un verdadero material etnográfico de la zona.
Una llamada de mi señora me sirvió de santo y seña para ir pensando en el regreso. Desandé el camino realizado anteriormente y retorné al coche para descender (ya más tranquilo) la carretera en dirección a Aínsa.
Todavía hube de realizar un largo recorrido pasando por Barbastro, Huesca, Almudévar, Gurrea de Gállego, Erla, Ejea y Uncastillo donde acudí a visitar a mi padre.
De vuelta a Zaragoza el camino me dio la oportunidad de pensar en múltiples matices sobre la jornada vivida. Cuando por fin llegué, me encontraba cansado pero satisfecho: de alguna manera sentía haber podido materializar mi cupo de rebeldía, libertad personal y ruptura de rutinas. No le di muchas más vueltas al tema. Es cuestión de sensaciones y esa noche dormí con la sensación de habérmelo pasado muy bien.
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muy chula la excursion, si llego a saber que ibas solo, igual te hubieramos acompañado !
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por cierto, la foto que te hicistes con nuestro alcalde, muy chula. ¿te la firmo?
¡Cuando quieras te la firmo! Como ves, es muy amigo mío.
ResponderEliminar! no sabia que belloch habia subido hasta alli !
ResponderEliminar¡¡¡ De allí arriba, de esas montañas agrestes, despachamos a los moricos,y vinieron los Sanchos y Ramiros a poner orden, esas montañas les daban miedo y se bajaron al llano a vivir en las comarcas morunas de ladrillo rojo y dicen que los habitantes tienen ojos verdes como los del Tigris y el Eufrates, somos una mezcla de tuareg y pastores pirenaicos,....nada que me ha gustado mucho tu viaje, que has disfrutado, has disfrutado y he disfrutado, has presentado el documental de la semana, un abrazo de Javier.
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