Ahí la tenéis. Quieta, como petrificada. Atenta -supongo yo- al más mínimo tirón de alguno de los innumerables hilillos de seda de su elaborada tela de araña.
No sé como apareció en el jardín ni tampoco por qué se vio impelida a construir su trampa entre las hojas del limonero pero lo que me causa asombro es su -si podemos llamarle así- paciencia y su tenacidad.
Pasan las horas y discurren los días. Y todavía no he visto a la araña de mi jardín en acción. Supongo que de algo se alimentará. Quizás de insectos invisibles a mis ojos. No lo sé con certeza.
El caso es que son varias cosas las que me intrigan aparte de la quietud de la protagonista: el nombre del espécimen, el color de su pelaje, su extraño porte, sus hábitos alimenticios, su ciclo vital...
No sé si existirán o no universos paralelos ocultos a nuestras capacidades perceptivas pero lo que sí puedo afirmar es la existencia, a nuestro alrededor de miles de formas de vida cuyo devenir vital pasa habitualmente inadvertido.
Observando la huésped de mi jardín comprendo el infatigable esfuerzo que, desde hace siglos, dedica el ser humano al entendimiento del medio natural