Se acerca ya la Nochevieja y estas son buenas fechas para repasar, para hacer balance del año que pronto vamos a despedir. Evidentemente y también inevitablemente la revisión de lo más importante acaecido a lo largo del 2016 viene tamizado por mi propia visión de la jugada. Es pues ineludible el sesgo personal y así queda anunciado desde el principio.
Destacaré en primer lugar el episodio de ictus sufrido en el mes de julio del que -afortunadamente- me estoy recuperando bastante bien. Ha sido un toque de atención importante que, de alguna manera, me ha puesto en mi sitio.
Del proceso me ha quedado la enseñanza de aprender a adaptarme a la nueva situación: cuidar la alimentación, llevar una vida más ordenada... y tomar la medicación que ahora se hace ya insustituible. También he aprendido la lección de asumir que somos finitos, que a todos sin excepción nos llega la fecha de caducidad. La experiencia me ha aportado asimismo una visión más objetiva, más realista de lo que significa el paso del tiempo así como ver con más claridad que cuando nos toque el final, el mundo seguirá rodando por muchos, muchos años...
Dejando atrás el tema enfermedades, otra cuestión que me ha interesado sobremanera en este 2016, ha sido el de la exploración espacial. Y en este campo destacaría los avances que se van realizando en el conocimiento de nuestro sistema solar: la misión Huygens-Cassini nos ha proporcionado una extraordinaria visión de Saturno, sus anillos y sus lunas. Y los descubrimientos sobre Titán y sus ríos y lagos de metano o los geiseres de Encélado o la constatación de una gruesa cubierta de hielo en Mimas, Tetis, Dione, Rea, Hipérion y Japeto, sólo por citar alguno de los 62 satélites del coloso anillado.
De Marte ya se sabe que en el pasado estuvo cubierto de agua y que esa agua, por motivos desconocidos, desapareció. Pero es muy probable que la huella de la vida todavía permanezca en ese planeta. El rover Curiosity todavía nos va a dar muchas sorpresas. Y ya se están preparando otras misiones para el año 2.020. De los americanos y de la parte europea. Así que los aficionados a la materia vamos a estar bien entretenidos.
Ya está claro que el agua es ubicua en el universo y que incluso planetas muy cercanos al sol como Mercurio disponen de ella en abundancia en las zonas de sombra de muchos cráteres.
El telescopio espacial James Webb está ya prácticamente montado. Cuando lo lancen en octubre de 2018 yo no me lo quiero perder. Se aventuran grandes descubrimientos una vez que esté operativo. Su campo de visión alcanzará casi hasta el punto del big bang o gran explosión ¡extraordinario!
La astrobiología también está viviendo un momento dorado. Se avanza a pasos agigantados. Me apostaría algo que de aquí a 2.020 se descubre algún tipo de vida en algún planeta o satélite del sistema solar.
La política nos ha proporcionado muchos titulares de prensa y bastantes quebraderos de cabeza y estoy de acuerdo con Iñaki Gabilondo que el tema de Cataluña va a erigirse en tema estrella en 2017.
Este año he tomado más conciencia de lo que le va a suponer al mundo el calentamiento por las emisiones de CO2. Según los expertos, el lapso temporal de las afecciones habrá que computarlo en cientos de miles de años. Eso da que pensar...
También me ha servido el año que finaliza para valorar en su justa medida el apoyo afectivo de la familia y de los amigos y la importancia que ello conlleva de cara a una vida emocional estable y equilibrada. Como seres sociales que somos, el apoyo de los demás es vital. Y sentirse querido y respetado coadyuva enormemente a la hora de tirar para adelante.
Muchos otros temas quedan en el candelero. Tiempo quedará para irlos desarrollando más adelante. De momento me despido deseándoos a todos, amigos y amigas de Mi Periplo:
¡¡¡¡FELIZ NOCHEVIEJA Y FELIZ AÑO 2017!!!
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viernes, 30 de diciembre de 2016
viernes, 23 de diciembre de 2016
El futuro profundo
En varias ocasiones he reflexionado en este blog sobre la fugacidad de la vida y el inexorable paso del tiempo. Casi siempre mirando al pasado. Pasando revista de tal o cual circunstancia que -vista retrospectivamente- conllevara una relevancia especial para la historia de nuestro planeta y para la evolución de los seres que lo pueblan.
Pero hete aquí que me encuentro con un apasionante libro de un tal Curlt Stanger (paleontólogo y paleoclimatólogo) titulado "El futuro profundo"- Los próximos 100.000 años en la vida de la tierra- donde se realiza un pronóstico de lo que puede ser de nuestro planeta en los años venideros.
Lo primero que me ha impactado es la escala temporal en la que se encuadran los pronósticos, ya que, por lo general, estamos a pensar en términos de semanas, meses y -como máximo- algunos pocos años.
Lo segundo ha sido el asumir que manejarse en una escala de tiempo tan grande no es lo normal entre la gente de a pie pero si es corriente entre, por ejemplo, los paleontólogos. Como bien recuerda el autor, para ellos un siglo o un milenio no son más que el entrante del menú, siendo la duración de la vida humana, en sentido estadístico insignificante.
Debo confesar que leyendo las primeras páginas del libro no he podido menos que sentir un escalofrío al pensar que, aunque pasen 100.000 o 200.000 años y muchos más, nuestro planeta seguirá existiendo y los seres que lo pueblen también. Y a su vez ese pensamiento ha desatado una cadena de reflexiones todas ellas vinculadas con lo efímero de nuestra existencia.
Todavía me queda mucho por leer de la obra de Stager pero ya he incorporado a mi elenco de ilusiones diarias la curiosidad de saber, de conocer de la mano de un experto lo que, con mucha probabilidad le ocurrirá a nuestra querida tierra en los próximos 100.000 años.
viernes, 16 de diciembre de 2016
El pantalón apócrifo
Estaba ahí, en mi armario. Despistado entre otras prendas que yo considero genuinas porque me identifico fácilmente con ellas. Camuflado entre camisas y otros compañeros de oficio. Y pasando, hasta ahora, desapercibido entre la multitud textil.
Sí, amigos. El pantalón color canela hasta la fecha había reposado tranquilamente pendiendo mansamente del colgador.... Hasta que un día de estos en los que no sabes muy bien qué ponerte, de nuevo focalicé mi mirada en él. Y decidí sacarlo de su letargo.
Me lo enfundé sintiendo una mezcla de curiosidad y extrañeza. No era para menos pues no recordaba ni el lugar ni el momento en el que lo hubiera adquirido. Aún así, decidí probar para ver cómo me sentaba.
Un poco ajustado, pero no está mal -me dije para mí- . Se puede llevar -concluí-
Desde aquel día he vuelto a repetir la operación en varias ocasiones. Me he vuelto a poner el referido pantalón. Lo he llevado en las más variadas y diversas circunstancias.
Pero debo admitir (y aquí viene la razón de esta entrada literaria) que nunca he acabado de aceptarlo como algo mío. Como un hijo más de la variada cohorte de prendas que pueblan mi armario. Como fiel compañero de andanzas.
La carencia de título de identidad, el desconocimiento de su pasado, del lugar en que se adquirió, del precio pagado por él, viene a ser como un lastre que desdibuja su personalidad, que difumina su vinculación con mi persona.
Por eso he concluido que el pantalón color canela es apócrifo. De dudosa autenticidad. Un pelín falso y algo fingido. Y que cuando lo visto, hay algo en él que me desconcierta. Y que, sin querer, traslado también a los que me rodean ese mismo sentimiento.
Por la misma regla de tres he llegado a concluir que cada cual cuenta en su haber con un cupo de experiencias personales también apócrifas. Las vives o las has vivido, pero no las consideras auténticas. No pertenecen a lo más selecto y granado de tu vida interior. Son, de alguna manera postizas, falsas, adulteradas....
Momentos de tu vida laboral, de tu relación de pareja, de tu devenir vital que en lo más íntimo de tu ser etiquetas como apócrifos, no verdaderos...
Y por contraste cuando vuelves la mirada hacia atrás, cuando recuerdas los años de infancia y de juventud, allí te sientes retratado como lo que de verdad eres, con las vivencias más prístinas y auténticas. Allí descansa tu yo más profundo...
viernes, 9 de diciembre de 2016
De nuevo a vueltas con los millones de años
El otro día pasé otra vez por la Casa del Libro. Me gusta dar vuelta de cuando en cuando y hojear las novedades de ese inmenso reservorio de conocimiento almacenado en las tres plantas del establecimiento.
Y como casi siempre, me fui directo a la planta sótano. Donde se alojan los libros de divulgación de la ciencia y los manuales más punteros sobre investigación en los más inusitados campos científicos.
Enseguida me llamó la atención una estupenda enciclopedia a todo color dedicada por completo a los dinosaurios. De inmediato me vi impelido a realizar un repaso rápido de aquel reclamo tan llamativo. Empecé a pasar hojas, ávido de novedades. Todo lo que contenía el libro despertaba mi curiosidad.
Me fascinaron, sobre todo las estupendas ilustraciones. La detallada información sobre cada uno de los especímenes. La minuciosa descripción de la distribución geográfica de los ejemplares. La comparativa del tamaño entre los animales y el ser humano. Todo, todo el contenido del libro no tenía ni un resquicio de desperdicio.
La contemplación de ese caleidoscopio de tanta variedad. De tan diversas formas y tamaños. De tan diferentes soluciones ensayadas por la naturaleza con aquellos bichos me dejó atónito. Y el añadido de la cronología en el que se creía que habían vivido también me llevó hacia una profunda reflexión: la fugacidad de la vida y el inexorable paso del tiempo.
A los humanos de a pie nos resulta muy complicado trabajar con períodos de tiempo tan extensos. Manejamos con cierta soltura las escalas de longitud, masa, volumen y tiempo cercanas a nuestra experiencia vital. Pero nos resulta muy complicado calibrar; hacernos cargo de lo que supone un millón de años o -yendo a lo más pequeño- la longitud de un picómetro o un fentómetro.
Según los entendidos, los dinosaurios poblaron este planeta durante nada más y nada menos que 135 millones de años. Y la práctica totalidad se extinguieron para siempre. Hace unos 66 millones de años. Todo lo que ocurrió durante la vigencia de estos mastodónticos animales ha quedado borrado definitivamente. Imaginaos la cantidad de situaciones, de hechos y avatares que debieron producirse en el día a día. La búsqueda de alimento, el apareamiento, la lucha diaria por la supervivencia... Todo, todo no es más que un remoto recuerdo.
La caída de un asteroide de unos 10 Km de diámetro hace, precisamente, unos 66 millones de años puso fin al imperio dinosaurio y permitió la eclosión de otros animales -los mamíferos- que al ir evolucionando condujeron a la aparición de los seres humanos.
¿Cuál sería, a fecha de hoy, el panorama en la tierra si no se hubiera producido esta masiva extinción? ¿Hubiera aparecido la inteligencia tal como la conocemos? ¿Se pueden dar estos procesos en otros mundos? ¿La finalidad del universo es crear inteligencia? ¿Hacia dónde puede caminar la evolución de una inteligencia a lo largo de unos cuantos millones de años?
Amigos: para todos aquellos que seguro que no celebraremos el año 2.100, la tozuda realidad de la relatividad del tiempo nos traslada de nuevo el mensaje reiterado en este blog: disfrutemos de cada momento y vivamos con intensidad todos y cada uno de los días de nuestra vida. La cosa no tiene más vuelta de hoja.
viernes, 2 de diciembre de 2016
El limón
Me acerco a mi limonero y lo veo allí, todo esplendoroso luciendo sus frutos con más orgullo, si cabe, que el resto de los árboles frutales porque él sabe lo inusual de madurar en invierno.
Y no puedo sustraerme a la tentación de tomar uno de sus frutos. No uno al azar sino el que me parece más hermoso, más bello que el resto de sus compañeros de campaña. Cojo el que me llama más la atención.
Y ese acto tan simple, tan sencillo como coger un fruto del árbol deviene, como por ensalmo, como por obra y gracia de alguna divina inspiración, en una profunda reflexión.
Y el tema es reiterativo. Predomina el asombro. Y la sorpresa.
Me admiro de cómo el árbol ha colocado sabiamente sus frutos en los lugares idóneos para una mejor sazón. De cómo ha alentado su crecimiento desde la fecundación de la flor hasta la constitución de su obra. Y de frenar su crecimiento a tiempo para que no acaben teniendo proporciones desmesuradas.
Pero todavía me sorprendo más cuando al observar con detenimiento el limón aprecio la intensidad de su color amarillo, su piel suave salpicada de pequeñas rugosidades, multitud de diminutos puntitos negros cuya utilidad ignoro, su forma inequívocamente "alimonada", la demarcación que indica la unión con la rama, su contrapunto terminado en un pico...
¿Como saben las células del limón dónde tienen que ubicarse según el fruto va creciendo? ¿Qué intrincados mecanismos se activan para dotarlo de su peculiar sabor y de su agradable olor? ¿Quién dicta cuándo debe detenerse el crecimiento del fruto? ¿qué instrucciones se envían para que las pepitas se coloquen en el lugar donde están? ¿por qué los gajos se conforman según el estilo propio de los cítricos? ¿cuándo surgieron los limones en nuestro planeta? ¿qué forma tendría el primer protolimón?
Amigos: cuando la ciencia sea capaz de obtener un limón normal y corriente por medios artificiales. Cuando disponga del conocimiento y de la sapiencia para responder cada una de las preguntas anteriores y de otras muchas que se podrían plantear. Cuando sea capaz, en una palabra, de recrear el misterio de la vida... entonces sí que me quitaré el sombrero.
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