Eso es lo que nos decían en la escuela a la hora de sumar. Tener mucho cuidado que las cantidades fueran homogéneas. Si no se actuaba con cuidado y atención, la resolución del problema quedaba ya fuera de nuestro alcance.
Y eso es, también, lo que hacen en la actualidad los supermercados cuando nos ofrecen su muestrario de frutas con la mejor presentación posible para tentar a los posibles compradores.
Pero hay un matiz muy importante en todo este proceso. Ahora la fruta se selecciona cuidadosamente y se distribuye a los puntos de venta en función del poder adquisitivo de los compradores.
Y la peor fruta va a parar a los barrios más humildes. Ahora ya no es como antaño que, al comprar un kilo de manzanas te ponían unas cuantas gordas y otras no tanto, todas ellas mezcladas. Se sobreentendía que todo comprador tenía derecho y obligación de llevarse un poco de bueno y otro poco de no tan bueno.
Ahora se han pasado al otro extremo. A seleccionar lo menos granado y encajárselo a los menos pudientes. Y los pobres no tienen opción. Deben aceptar de buen grado que, aunque con una calidad más que cuestionable, por lo menos comerán fruta. La que no quieren los ricos y que, de paso constituye un pingüe negocio para las grandes cadenas de alimentación puesto que se vende como si fuera de primera.
El ejemplo de la fruta se puede extrapolar al resto de los artículos de alimentación. Se baja el precio para que estén al alcance de los menos pudientes, al tiempo que también se reduce de una forma estrepitosa la calidad. Siempre ha pasado, pero ahora el procedimiento es más implacable que nunca.
Y esta reflexión también la podríamos extender al ámbito de los servicios básicos: a la educación, a la sanidad... Al vestido, al calzado... Lo mejor para los adinerados. Lo peorcico para los de abajo.
De manera que si no media poco a poco el contrapeso de las redes sociales y de todos los que opinan en ellas y se hace más patente la voz de los que se van quedando sin nada, esta sociedad se va ir encarrilando progresivamente hacia una mayor desigualdad, hacia la más descarada separación entre mundos cada vez más extraños y antagónicos. Con el grave riesgo de quiebra social y falta de cohesión que todo ello conlleva.
En fin, esperemos que con la experiencia adquirida y las lecciones aprendidas en lo que llevamos de crisis, podamos todos encarar los tiempos venideros con más acierto. Y afinar al máximo cuando de nuevo nos llamen "a concurrir a las urnas".
Un saludo, peripleros. José Luis
Translate
sábado, 15 de junio de 2013
domingo, 2 de junio de 2013
Lo que fueron
Están ahí. Manteniendo el tipo. Contemplando el discurrir de las horas y, seguro que reviviendo fragmentos de su vida pasada. Encajando estoicamente el paso del tiempo y esperando la visita de algún familiar que les confirme que siguen ahí, a su lado. Que no se olvidan de ellos y que comprenden sus olvidos, sus cambios de humor, sus rarezas...
Los avances de la medicina y los cuidados que prestan a los abuelos en las residencias convergen en el enorme logro de incrementar la esperanza de vida. De superar edades hasta hace poco impensables. De mantener a los yayos en pie hasta el último momento.
Y en el ir y venir y hablar y sacarlos a pasear y conversar con ellos se van desgranando viejas historias, anécdotas de tiempos pasados, tiempos de estrecheces, momentos de alegría....
Uno te cuenta los viajes que hacía con el camión recorriendo las carreteras de media España. Una señora se remite a sus tiempos de maestra en el colegio. Este otro está más callado. Dicen que ha perdido la memoria pero que, en su momento, tuvo negocios que le fueron muy bien y que sus hijos no se prodigan por aquí. Aquel tiene pinta de más intelectual. El otro es poco hablador...
Todos han recorrido el tramo principal de sus vidas. Han reído, amado, disfrutado, enfadado, soñado, proyectado, realizado, comprado, vendido, hablado, susurrado, leído, muchos rezado... Y ahora, todo ha quedado atrás. Pero siguen vivos.
Cuando voy a visitar a mi padre me encuentro con ese mundo. Y cada visita me da mucho que pensar. Es una etapa que no me la esperaba. Que me devuelve la imagen de lo que, en su momento, puede ocurrirme a mí. A cualquiera de nosotros. El estadio final de tu vida en el que eres dependiente y has de contar con los demás para seguir viviendo.
Un equilibrio difícil y complicado. En cualquier momento te puedes pasar por defecto o por exceso. Pero ya no tienes la libertad de elegir. De usar tu libre albedrío. Esa libertad ha quedado muy acotada. Has de someterte a lo que te digan los demás. Y dependes de ellos si quieres saludar nuevos días.
Y, por inferencia, cada nueva visita a la residencia renueva en mí el deseo de aprovechar al máximo las horas de mi vida, de extraer lo mejor de cada momento, de llevarme bien con todo el mundo, de ser más humilde, menos soberbio...
Nuestro recorrido vital es tan efímero que nada debería enturbiar nuestra estabilidad emocional...
Los avances de la medicina y los cuidados que prestan a los abuelos en las residencias convergen en el enorme logro de incrementar la esperanza de vida. De superar edades hasta hace poco impensables. De mantener a los yayos en pie hasta el último momento.
Y en el ir y venir y hablar y sacarlos a pasear y conversar con ellos se van desgranando viejas historias, anécdotas de tiempos pasados, tiempos de estrecheces, momentos de alegría....
Uno te cuenta los viajes que hacía con el camión recorriendo las carreteras de media España. Una señora se remite a sus tiempos de maestra en el colegio. Este otro está más callado. Dicen que ha perdido la memoria pero que, en su momento, tuvo negocios que le fueron muy bien y que sus hijos no se prodigan por aquí. Aquel tiene pinta de más intelectual. El otro es poco hablador...
Todos han recorrido el tramo principal de sus vidas. Han reído, amado, disfrutado, enfadado, soñado, proyectado, realizado, comprado, vendido, hablado, susurrado, leído, muchos rezado... Y ahora, todo ha quedado atrás. Pero siguen vivos.
Cuando voy a visitar a mi padre me encuentro con ese mundo. Y cada visita me da mucho que pensar. Es una etapa que no me la esperaba. Que me devuelve la imagen de lo que, en su momento, puede ocurrirme a mí. A cualquiera de nosotros. El estadio final de tu vida en el que eres dependiente y has de contar con los demás para seguir viviendo.
Un equilibrio difícil y complicado. En cualquier momento te puedes pasar por defecto o por exceso. Pero ya no tienes la libertad de elegir. De usar tu libre albedrío. Esa libertad ha quedado muy acotada. Has de someterte a lo que te digan los demás. Y dependes de ellos si quieres saludar nuevos días.
Y, por inferencia, cada nueva visita a la residencia renueva en mí el deseo de aprovechar al máximo las horas de mi vida, de extraer lo mejor de cada momento, de llevarme bien con todo el mundo, de ser más humilde, menos soberbio...
Nuestro recorrido vital es tan efímero que nada debería enturbiar nuestra estabilidad emocional...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)