¡Cuantos caminos por hollar! ¡Cuántas magníficas jornadas para disfrutar en compañía de buenos amigos! ¡Cuántos excelentes días nos reserva el destino para saborearlos a conciencia!
Sin ir más lejos, el sábado día 18 de junio pasamos un estupendo día de campo en compañía de Ana, Antonio y Basilio. Este último hizo de anfitrión. Y a fe que se metió de lleno en su rol. Nos llevó por la mejor senda hasta las inmediaciones del cauce del río Piedra; nos explicó las particularidades de la flora autóctona deteniéndose especialmente en el capítulo aromáticas y también destiló otras muchas particularidades sobre los quehaceres y el modo de vida de las gentes que antaño vivieron allí.
Y después del paseo por la meseta, bajo un sol abrasador, el descenso a la frescura, a la hierba lozana, al enigmático inframundo que conforman las hoces del río Piedra.
Los heróicos esfuerzos del agua dedicados a esculpir, a conformar su zigzagueante recorrido se han perdido ya en el olvido. Quedan, eso sí, secos vestigios de pozos que alojaron barbos y madrillas en sus entrañas, troncos resecos cruzados en el cauce del barranco, abandonados a su suerte; presas que en otro tiempo retenían un abundante cauce; molinos derruidos que hace ya mucho que no ciernen harina...
Es probable que tardemos mucho en saber cuáles fueron las causas de esta sequía. Se habla de roturaciones en la provincia de Guadalajara, extracciones intensivas de caudales subterráneos, una incorrecta gestión de los recursos hídricos. Una auténtica pena porque lo suyo sería que, al igual que si hizo con Daimiel, el agua volviera de nuevo al cauce del Piedra por esas alturas.
Después de un merecido descanso dimos buena cuenta de las provisiones. Pocas quedaron en las mochilas y todas fueron compartidas amigablemente.
Con posterioridad retornamos de nuevo al pueblo para girar sendas visitas: a la casa de Basilio y por los alrededores de la localidad. Poca gente por las calles. El sol apretando de nuevo. Los viejos y ajados corrales viéndonos pasar con indiferencia. Muchos nombres de santos en las calles.
La presencia siempre omnipresente de la religión -católica- se hace todavía más patente en el pueblo de los frailes.
Terminamos nuestra visita retornando al punto de inicio de la misma: la iglesia. Volvemos con el recuerdo de su orgullosa torre y borramos el del inoportuno frontón colocado cual pegote al lado del edificio eclesial. Basilio, hospitalario hasta el final, nos despide con sonrisa bondadosa.
Tierra roja de viña,...o de cerezo,...o de almendro,...cercada de remblares y pequeños terrenos y los corralones majestuosos. Es la vida de esos lugares con antecedentes morunos, secuencia respetable porque aprendimos mucho de ellos y nos dejaron cierto sabor en las construcciones. Creo que hablariais poco de la crisis, la natura requeriria toda vuestra atención... preciosos parajes. Un saludo de Javier.
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