La cita de las bicicletas fue de lo más gratificante. Llegué sobre las 11, justo cuando estaba prevista la salida de la comitiva. Enseguida me encontré con conocidos y enseguida también trabé con ellos conversación pues me resulta muy agradable reencontrarme con gente que hace tiempo que no veo. Este hecho viene a ser como una certificación de que ambos seguimos vivos, que seguimos participando del entramado social en el que nos desenvolvemos habitualmente.
En este caso, mi primera conversación con un compañero de profesión que trabaja en el colegio "La Almozara" nos sirvió a ambos para retomar el hilo conductor que nos relacionaba desde, al menos hace 23 años. También me sirvió a mí para tomar nota de otra forma de disfrute del tiempo de ocio mediante el recorrido de las "vías verdes", las cuales han sido recorridas prácticamente en su totalidad por mi compañero y su familia.
Después de este primer contacto, enseguida divisé otras dos personas conocidas. En este caso se trataba de un padre y su hija. Ambos vestían el mismo atuendo -la misma camiseta- y formaban una simpática pareja cada uno con su bicicleta nueva. También intercambié unas palabras con ellos pero no hubo tiempo para más porque el que dirigía la marcha nos aleccionó para que la iniciáramos sin dilación alguna.
Las motos de la policía se pusieron en marcha y era de admirar el curioso contraste entre el rodar silencioso de las bicis y el atronador cántico de las potentes máquinas policiales. De nuevo el líder del grupo ajustó el volumen de su amplificador portátil y encaramos el descenso del Paseo Sagasta arropados por la agradable melodía del reproductor autoportado.
En la confluencia de Goya con Sagasta se detuvo la marcha para escenificar la simbólica colocación de un carril-bici en esa encrucijada. La representación se realizó con gran acierto pues los organizadores habían previsto la confección de un carril-bici de tela que colocaron en el firme. Después, ante el alborozo del público varios participantes desfilaron orgullosos con sus velocípedos aprovechando la improvisada calzada bicicletera.
De nuevo se dio la orden para continuar con la "procesión de los sillines" y, enseguida llegamos a la plaza Paraiso. Nueva parada en este enclave para volver a reivindicar el carril bici hasta Torrero y la habilitación de nuevos carriles en los bulevares del Paseo Independencia. A esas alturas, algunos conductores de coches ya se empezaban a impacientar y los más ansiosos comenzaban, también a tocar el cláxon con insistencia. Los organizadores habían previsto esta contingencia y -reaccionado con rapidez- comenzaron a entonar -a modo de contrataque- algunos cánticos que más tarde se repetirían: ¡La gasolina... contamina! ¡Menos pitar y más pedalear!, etc.
Emprendimos luego el ascenso otra vez por Sagasta hasta el barrio de Torrero. Recorrimos varias calles entonando alegres consignas y, finalmente llegamos hasta la antigua cárcel donde finalizó la marcha.
La cárcel es ahora territorio okupa y los organizadores de la marcha, en colaboración con los de la prisión rehabilitada nos invitaron, muy amablemente, a un refrigerio. Yo me tomé dos cervezas y enseguida sentí el efecto euforizante del alcohol. Ya con más tranquilidad me dediqué a departir con mis conocidos, padre e hija aprovechando también el magnífico día con el que nos habían obsequiado los astros.
Todavía nos quedó tiempo para girar una visita a la transformada cárcel y no pude menos que pensar que aquellos muros habían sido testigos de muchas privaciones de libertad, algunas condenas injustas y, desgraciadamente quizás también alguna ejecución. Sin embargo ahora todo ello había sido sustituído por una nueva organización y unos nuevos ocupantes que, como decía al comienzo de esta crónica a mí me parecen gente maja y enrollada.