Así es que lo que hoy relato es una versión hilvanada entre miles de ellas que podrían -tranquilamente- ocupar su lugar y que serían tan válidas o más que la que decido plasmar.
En primer lugar llamó mi atención la carretera a Ansó que se inicia desde la nacional 240 a Pamplona, un poco antes de llegar a Berdún. Creo que es una reliquia y que no hay que tocarla. Podría adquirir la condición de "legado de la humanidad" para que las generaciones venideras contemplen "in situ" cómo era una carretera del siglo XIX. Es la segunda vez que la recorro y espero no volver más por ella. Debe ocupar un ránking importante en la clasificación de carreteras penosas por el agregado de curvas, firme en mal estado, piedras caídas y puentes angostos. Recomendada para ensayos de pastillas contra el mareo.
Después del tiovivo de 24 km, llegamos por fín a Ansó. El día lucía estupendo y a la entrada del pueblo, un cartel indicador nos sugería estacionar nuestro vehículo en el lugar destinado a ello, en las afueras. ¡Que buena idea!, -pensé-. A ver si toman nota en mi pueblo donde todavía hoy los vehículos estacionados proliferan por doquier en cualquier oquedad libre de la villa.
Seguidamente subimos unas escaleretas para acceder al casco urbano y pronto comenzamos a escuchar los rítmicos acordes de una bien afinada acordeón, del Grupo Duotónico, que procedían de la plaza Domingo Miral. Hacia allí nos dirigimos y allí -efectivamente- tenían lugar las exhibiciones musicales previstas en el programa PIR-2011.
El sol ya comenzaba a reinar implacable; así que elegimos un sitio a la sombra a sabiendas de que era zona de paso y que, por tanto, había que cederlo a dos por tres. Después de cuatro o cinco piezas más a cargo de los duotónicos, les llegó el turno a un grupo de cuatro señoras francesas vestidas al uso de otra época que nos obsequiaron con una selección de canciones galas. Cantaban y bailaban muy conjuntadamente y -sobretodo- se lo tomaban muy en serio.
Luego le llegó el turno al grupo Malareta (Navarra) que danzaron al ritmo de una flauta y un instrumento de cuerda tañidos ambos a la vez por un mismo músico. Su danza se me antojó muy ancestral, por lo básico del ritmo y lo elemental de la música. Esa sencillez me encantó y mentalmente me trasladé en el túnel del tiempo a las primeras danzas y ceremonias que debieron llevar a cabo nuestros antepasados homínidos.
El calor apretaba y el festival continuaba. Salieron a continuación los del Grupo L'Esbart (Cataluña). Los señores, ya algo entrados en años, desentonaban un poco con sus parejas más jóvenes. Se perdonaba esta diferencia de edad por el interés y el énfasis que ponían en la danza los más maduros. A diferencia del grupo de Navarra, los catalanes venían bien provistos de instrumentos musicales, hasta el punto de constituir casi una orquesta. Por este motivo las danzas (que también eras muy originales) fueron mucho más vistosas. Una señora comentaba al acalorado público las particularidades de cada pieza y eso también era de agradecer.
Se hizo la hora de comer y -como íbamos con la perrita- empezaron las dificultades para ubicarla. Después de varios intentos fallidos, casi por casualidad, encontramos una placita muy tranquila donde nos sirvieron en el exterior el menú. El sitio se llamaba -en ansotano- "O cubila" (algo así como el cubilar, la majada, el lugar donde se recoge el ganado). Comimos (ensalada y paella) tranquilos y relajados. Muy bien atendidos por una frenética camarera que se desvivía por servirnos. El precio muy bien también: 13 € postre, café y bebida incluidos.
Allá en las alturas, alguien decidió darle dos puntos más al aparato de hacer calor. Los de abajo lo notamos al instante pues todos íbamos muy acalorados. Buscamos con mi señora un lugar ventilado y lo encontramos cerca de las escuelas. Allí reposamos un poco la comida. A las 17:30 debía comenzar la actuación del grupo Korrontzi (Pais Vasco) así que no nos demoramos con la idea de presenciar su actuación. Elegimos un lugar estratégicamente situado a la sombra y nos pedimos un café con hielo; todo ello con la esperanza de que el proceso de afinamiento de los instrumentos fuera breve. Pero no fue así. En lugar de ello hubimos de sufrir una tortura de "sí, sí, va, vaaaaaaa, pruebas, pruebas" y de aporreamientos sin piedad de la batería. Posteriormente se inició el ajuste de volumen instrumento por instrumento.
Después de más de media hora de tormento, el público ya comenzaba a impacientarse. El de la mesa de sonido (autista con el descontento externo) seguía con lo suyo. Nosotros, finalmente abandonamos abruptamente la plaza con la convicción de que el ajuste de sonido iba a durar bastante más rato.
Descendimos de nuevo las escaleretas ente malhumorados y liberados del cilicio afinatorio. Llegamos al coche con la lengua fuera por el calor extremo que imperaba a esas horas. Todo fue entrar en el vehículo y conectar a su máxima potencia el aire acondicionado. La perrita se quedó dormida al instante. Todavía tuve ánimos de tomar unas fotos postreras de Ansó visto desde la carretera. También me paré para autofotografiarme en un poste eléctrico de alta tensión que estaba tumbado en un campo a la espera de que alguien lo irguiera.
El regreso lo hicimos por la carretera de Hecho realizada con los estándares modernos propios de nuestro siglo. El viaje de regreso fue rápido. Decidí volver por Yesa para ver las obras de la autovía a Pamplona y, de paso, realizar unas gestiones en Sos. A la altura del castillo de Javier descansamos de nuevo porque el sueño se iba apoderando del conductor y de la acompañante.
Una fuerte tormenta con abundancia de lluvia nos acompañó desde Sangüesa hasta Castiliscar. "Los de arrriba" hicieron una demostración con lo más granado de su colección de relámpagos, culebrillas, truenos retumbones y cambios en la dirección de la lluvia. No hubo granizo pero hubiera sido un buen complemento de la función. A la altura de Ejea, habíamos escapado de la furia atmosférica pero la tormenta nos seguía los pasos. En Tauste de nuevo nos sorprendió la lluvia.
Cuando llegamos a casa eran las 9:15 de la tarde. El viaje de ida, desde Zaragoza hasta Ansó por la carretera antediluviana nos había costado tres horas. El regreso fue mucho más rápido.
Ya en casa, el caleidoscopio de imágenes, sensaciones, ritmos y sabores fue tomando distintas formas hasta que, finalmente sobre eso de las 12:30 de la noche conseguí conciliar el sueño. Justo antes de caer en los brazos de Morfeo reparé en que no había escrito el blog. No pasa nada, me dije. Estoy de vacaciones. Mañana lo haré.
Todas las fotos de esta salida en este enlace.
Siempre hemos estado muy vinculados los de Uncastillo con los pueblos de Ansó y Hecho, antiguamente subían allí con el ganau y nos conocían por las jotas. Precioso reportaje, aunque lejano, a las montañas.El tercer viajero, una cucada,y los ínclitos con gorrilla y sombrero de la época impresionista,que están de moda. Un abrazo de Javier.
ResponderEliminarBuena tierra y mejores gentes, por no hablar de sus alimentos. Salut para las vacances
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