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viernes, 25 de mayo de 2018
Filosofía de andar por casa
Lo reconozco; mi formación filosófica no da para muchas alegrías. Me hubiera encantado que no fuera así pero en mi peculiar trayectoria estudiantil nunca tuve una asignatura de Filosofía ni tampoco tuve, en su momento, la oportunidad de escuchar de primera mano a algún filósofo.
Eso no quita que, desde siempre, me haya interrogado por muchos asuntos que suelen pertenecer al campo del pensamiento y la especulación. Imagino que como la mayoría de la gente.
Pero bueno, a estas alturas de la vida vas uniendo cosas de aquí y de allá. Tus propias experiencias de la vida, las reflexiones sobre muchos acontecimientos que te sorprenden -o te estremecen- las charlas con amigos y personas que tu consideras significativas, el fallecimiento de tus padres y otros seres queridos, la evolución de la ciencia y la tecnología, los avances en el conocimiento de los intrincados misterios de la materia y la grandiosidad del universo...
También analizas tu propia trayectoria personal. Tus logros y tus errores; el tono de la vinculación de los miembros de tu familia, tus relaciones interpersonales, tu vínculo con la naturaleza, tus aspiraciones, tus ilusiones... Todo, lo analizas todo.
Y, bueno, vas sacando tus propias conclusiones. Provisionales, por supuesto. Porque todo está sometido a posibles revisiones y cambios. Nada es definitivo.
Y de vez en cuando la máquina del pensamiento obtiene algún producto de interés. Los circuitos trabajan a conciencia y se enciende la lucecita. Vas obteniendo algunas certezas.
Así, por ejemplo, he ido afinando con el tema de la vida. Siempre me han sorprendido dos aspectos que, aparentemente, son contradictorios: su complejidad y su abundancia. Y también la facilidad con la que se genera y la sencillez con la que se pierde.
Cuando estoy entregado a mis faenas agrícolas no puedo dejar de pensar que cada hierba que arranco o cada semilla que planto, me están recordando lo que comentaba anteriormente. Cuando sin querer (a veces también conscientemente) piso alguna hormiga, machaco algún grillo despistado o, de un plumazo me cargo un puñado de pulgones, me estoy estoy llevando por delante muchas vidas.
Millones de células que hasta ese momento realizaban su función a la perfección. Procesos biológicos extremadamente complejos funcionando armoniosamente, millones de células de cerebros -diminutos si queréis- pero de una complejidad maravillosa destrozadas en un momento ¡Qué desastre!
Pero es que me asomo a la ventana de Internet, a los vídeos de You Tube y allí contemplo con asombro la naturalidad con la que un león se merienda a un cervatillo; la dentellada certera que el cocodrilo le propina a un ñú para luego comérselo sin piedad; cómo una anaconda engulle sin reparo alguno un ternero...
En todo caso no hace falta acudir a la red. Diariamente nosotros mismos nos alimentamos de otros seres a los que también se les ha arrebatado la vida. Lo hacemos de una forma más "elegante", lo rebozamos hablando de gastronomía y de chefs famosos pero a fin de cuentas viene a ser lo mismo.
Llego, por tanto, a la conclusión de que la vida y la muerte son consustanciales a la existencia. Que los atributos de "pena", "lástima" "complejidad" y "maravilla" pertenecen en exclusiva al terreno de los humanos y que algunos constructos con los que analizamos estas realidades no son otra cosa que el producto de nuestras elucubraciones.
Me pregunto también por qué la humanidad ha generado esta forma de ver las cosas y si otras posibles civilizaciones extrasolares también habrán llegado a un punto parecido o no.
Pero eso lo dejo para la siguiente entrada.
¡Un saludo, peripleros!
viernes, 18 de mayo de 2018
¡Lo que me pida el cuerpo!
Pasados ya los 63, muy recuperado del ictus y después de haber disfrutado ya tres años de jubilación, veo como poco a poco una nueva filosofía de vida se va imponiendo en mi devenir diario.
Aparentemente sencilla, pero con una gran profundidad y repleta de sabiduría. Basada en el sosiego y la tranquilidad; en la escucha activa y el sentido común. Ahora, ante cualquier duda sobre cómo actuar en un momento determinado; si acudo o no a algún evento; si llamo a fulano o a mengano o si me debo levantar más pronto o más tarde, ahora, digo, lo que procede es preguntarme: ¿qué me pide el cuerpo?
Podéis argüir -y os doy la razón- que con una pregunta tan simple no voy a resolver de un plumazo todos mis asuntos diarios. Pero, la verdad, yo sólo puedo hablar de mi experiencia en estos últimos meses y los resultados no pueden ser más satisfactorios.
Aprender a responder a la interpelación puede parecer sencillo, pero requiere cierto entrenamiento. Es necesario, en primer lugar responder con sinceridad -con el corazón en la mano- y no dejarse llevar por convencionalismos fútiles. Sólo contestando con franqueza encontraremos la luz.
También es conveniente realizar un ejercicio de "desapasionamiento" ante determinados interrogantes. Si condimentamos con demasiada emoción, el guiso se nos puede pasar de fuego. Conviene, por tanto, tomar cierta distancia con los planteamientos.
Y no olvidar que "lo que me pide el cuerpo" puede cambiar de un momento para otro. Hay que adquirir una cierta destreza para detectar esos cambios de opinión de nuestro cuerpo.
Haced un ensayo y dedicar un día (o una mañana si queréis) a hacer lo que el cuerpo os pida. Si tenéis un poco de paciencia, os aseguro que más pronto que tarde vais a descubrir un universo inédito de posibilidades. Y si le cogéis gusto, veréis como no tardaréis en aplicar este aforismo a muchos momentos de vuestra vida.
... Y aquí me detengo, porque lo que me pide ahora el cuerpo es ¡darme un paseo por el monte!
Un saludo, peripleros. A disfrutar a tope lo que queda de mayo.
Aparentemente sencilla, pero con una gran profundidad y repleta de sabiduría. Basada en el sosiego y la tranquilidad; en la escucha activa y el sentido común. Ahora, ante cualquier duda sobre cómo actuar en un momento determinado; si acudo o no a algún evento; si llamo a fulano o a mengano o si me debo levantar más pronto o más tarde, ahora, digo, lo que procede es preguntarme: ¿qué me pide el cuerpo?
Podéis argüir -y os doy la razón- que con una pregunta tan simple no voy a resolver de un plumazo todos mis asuntos diarios. Pero, la verdad, yo sólo puedo hablar de mi experiencia en estos últimos meses y los resultados no pueden ser más satisfactorios.
Aprender a responder a la interpelación puede parecer sencillo, pero requiere cierto entrenamiento. Es necesario, en primer lugar responder con sinceridad -con el corazón en la mano- y no dejarse llevar por convencionalismos fútiles. Sólo contestando con franqueza encontraremos la luz.
También es conveniente realizar un ejercicio de "desapasionamiento" ante determinados interrogantes. Si condimentamos con demasiada emoción, el guiso se nos puede pasar de fuego. Conviene, por tanto, tomar cierta distancia con los planteamientos.
Y no olvidar que "lo que me pide el cuerpo" puede cambiar de un momento para otro. Hay que adquirir una cierta destreza para detectar esos cambios de opinión de nuestro cuerpo.
Haced un ensayo y dedicar un día (o una mañana si queréis) a hacer lo que el cuerpo os pida. Si tenéis un poco de paciencia, os aseguro que más pronto que tarde vais a descubrir un universo inédito de posibilidades. Y si le cogéis gusto, veréis como no tardaréis en aplicar este aforismo a muchos momentos de vuestra vida.
... Y aquí me detengo, porque lo que me pide ahora el cuerpo es ¡darme un paseo por el monte!
Un saludo, peripleros. A disfrutar a tope lo que queda de mayo.
viernes, 11 de mayo de 2018
En busca de la trascendencia
"La superstición -en forma de mitos y creencias religiosas que surgen de la ignorancia de las leyes de la naturaleza o del temor a lo desconocido y que ahora sabemos que entra en conflicto con evidencias sólidas- se ha inculcado en la humanidad a lo largo de más de mil generaciones.
No es de extrañar que su influencia siga siendo tan fuerte y generalizada hoy en día y que siga siendo un formidable competidor de la razón y la revelación en los intentos de responder las principales preguntas de la existencia humana". (Extraído del libro "Cosmo Sapiens" de John Hands)
Muchas personas de mi generación hemos vivido la infancia bajo el paraguas de la religión católica. El que esto escribe ejerció de monaguillo durante varios años y vivió en primera persona la sucesión de rituales, ceremonias, rezos y cánticos asociados al calendario católico. Muchas horas invertidas en rezar, en "ad tertiams y ad nonams" y en aprender de memoria el catecismo. Muchas, muuuchas horas.
Los hubo que fueron reclutados por los avistadores de los colegios de frailes o de los seminarios y cuya vida también quedó marcada por esa experiencia. En los pueblos, en los años sesenta, la educación en un centro religioso era la opción más indicada para intentar ascender de estrato social.
Bueno, el caso es que un montón de gente dedica o ha dedicado una buena parte de su vida a dar curso a sus creencias religiosas ya sea desde el islamismo, el budismo, el hinduismo, el catolicismo o cualquiera de las múltiples religiones existentes en la tierra.
El ser humano se aferra a cualquier creencia que le sirva para explicar, de alguna manera, el misterio y el sentido de nuestra existencia. Necesitamos explicaciones de los interrogantes de la vida. Deseamos trascender. Aún a sabiendas de que la elección de una vía supone, automáticamente desechar todas las demás ¿Quién tiene la razón?
El caso es que lo que a mi me llama la atención son los caminos tan diferentes que cada cual emplea para dar con esa explicación.
Sólo entre mis amigos y conocidos la situación no puede ser más variopinta. Veamos:
JC es un fiel seguidor de la Antroposofía. Entre otras cosas, creen en la reencarnación y en la existencia de distintas esferas después de la muerte. También en la existencia de seres parecidos a los ángeles. En palabras de Rudolf Steiner -su fundador-"La Antroposofía es un camino cognitivo, que busca conducir lo espiritual en el ser humano a lo espiritual en el universo".
JM es más partidario de la filosofía oriental. Practica el taoísmo y la meditación. Normalmente se le ve contento. Parece que le sirve.
JN es católico convencido. De los de ir a misa todos los domingos. Su formación científica no ha supuesto ningún impedimento para seguir la doctrina de la Iglesia.
H es musulmán. De rezo diario y visita al menos una vez en su vida a La Meca. El Corán es su manual de referencia.
MD es más partidario de creer en la existencia de seres venidos de otros planeta. Según él muchos de ellos estarían en este momento interaccionando -para bien o para mal- con los terrícolas.
Y yo me pregunto... ¿Quién tiene la razón? Porque tendría narices vivir toda una vida convencido de algo erróneo.
Por lo que a mi respecta diré que hace tiempo que he dejado atrás mis creencias de la infancia. En gran medida gracias al acceso habitual a Internet.Como bien dice John Hands las sólidas evidencias científicas echan por tierra la práctica totalidad de las religiones. Sus explicaciones sobre el ser humano y lo que ocurre después de la muerte, sencillamente no son creíbles.
Eso no quita para que un día si y otro también no me interrogue por los misterios de la vida y de la muerte, la grandiosidad del universo y la maravilla de lo más diminuto.
Lo reconozco. Yo también -a mi estilo- busco trascender.
No es de extrañar que su influencia siga siendo tan fuerte y generalizada hoy en día y que siga siendo un formidable competidor de la razón y la revelación en los intentos de responder las principales preguntas de la existencia humana". (Extraído del libro "Cosmo Sapiens" de John Hands)
Muchas personas de mi generación hemos vivido la infancia bajo el paraguas de la religión católica. El que esto escribe ejerció de monaguillo durante varios años y vivió en primera persona la sucesión de rituales, ceremonias, rezos y cánticos asociados al calendario católico. Muchas horas invertidas en rezar, en "ad tertiams y ad nonams" y en aprender de memoria el catecismo. Muchas, muuuchas horas.
Los hubo que fueron reclutados por los avistadores de los colegios de frailes o de los seminarios y cuya vida también quedó marcada por esa experiencia. En los pueblos, en los años sesenta, la educación en un centro religioso era la opción más indicada para intentar ascender de estrato social.
Bueno, el caso es que un montón de gente dedica o ha dedicado una buena parte de su vida a dar curso a sus creencias religiosas ya sea desde el islamismo, el budismo, el hinduismo, el catolicismo o cualquiera de las múltiples religiones existentes en la tierra.
El ser humano se aferra a cualquier creencia que le sirva para explicar, de alguna manera, el misterio y el sentido de nuestra existencia. Necesitamos explicaciones de los interrogantes de la vida. Deseamos trascender. Aún a sabiendas de que la elección de una vía supone, automáticamente desechar todas las demás ¿Quién tiene la razón?
El caso es que lo que a mi me llama la atención son los caminos tan diferentes que cada cual emplea para dar con esa explicación.
Sólo entre mis amigos y conocidos la situación no puede ser más variopinta. Veamos:
JC es un fiel seguidor de la Antroposofía. Entre otras cosas, creen en la reencarnación y en la existencia de distintas esferas después de la muerte. También en la existencia de seres parecidos a los ángeles. En palabras de Rudolf Steiner -su fundador-"La Antroposofía es un camino cognitivo, que busca conducir lo espiritual en el ser humano a lo espiritual en el universo".
JM es más partidario de la filosofía oriental. Practica el taoísmo y la meditación. Normalmente se le ve contento. Parece que le sirve.
JN es católico convencido. De los de ir a misa todos los domingos. Su formación científica no ha supuesto ningún impedimento para seguir la doctrina de la Iglesia.
H es musulmán. De rezo diario y visita al menos una vez en su vida a La Meca. El Corán es su manual de referencia.
MD es más partidario de creer en la existencia de seres venidos de otros planeta. Según él muchos de ellos estarían en este momento interaccionando -para bien o para mal- con los terrícolas.
Y yo me pregunto... ¿Quién tiene la razón? Porque tendría narices vivir toda una vida convencido de algo erróneo.
Por lo que a mi respecta diré que hace tiempo que he dejado atrás mis creencias de la infancia. En gran medida gracias al acceso habitual a Internet.Como bien dice John Hands las sólidas evidencias científicas echan por tierra la práctica totalidad de las religiones. Sus explicaciones sobre el ser humano y lo que ocurre después de la muerte, sencillamente no son creíbles.
Eso no quita para que un día si y otro también no me interrogue por los misterios de la vida y de la muerte, la grandiosidad del universo y la maravilla de lo más diminuto.
Lo reconozco. Yo también -a mi estilo- busco trascender.
viernes, 4 de mayo de 2018
Elogio del DIY
Ya perdonaréis que utilice este acrónimo pero me ha parecido una buena excusa para tratar de algo a lo que siempre me he dedicado, pero ahora, si cabe, con más intensidad.
Me refiero a la conocida expresión inglesa "Do it yourself" (Hágalo usted mismo). Una corriente que como bien sabéis todavía se ha incrementado más -si cabe- en los últimos tiempos.
Bueno, pues el caso es que en mi experiencia personal yo sólo podría hacer elogios de esta tendencia.
Y como siempre, habría que acudir a la niñez para explicar este deseo irrefrenable de hacer cosas, de transformar el mundo a mi estilo.
Mi padre -agricultor- fue para mi el modelo de amor por la naturaleza y dedicación y empeño por cultivar la tierra. Yo observaba su abnegación y entrega a su tarea y yo le ayudaba en los esfuerzos por sacar los cultivos adelante. El escenario habitual de mi infancia -y adolescencia- fue el entorno natural. De ahí me ha quedado siempre la misión de disponer de una parcela de terreno, trasformarla y cultivarla.
Mi abuelo paterno era carpintero. Durante unos años viví con ellos y también me sirvió de referencia para asimilar la trasformación de la madera en bruto en tablones y, posteriormente en muebles, puertas, ventanas y demás artículos propios de su oficio.
El padre de mi amigo Javier Garín era el herrero del pueblo. Dado su carácter afable y campechano y mi amistad con su hijo, yo siempre tenía abiertas las puertas de la herrería. Mi infinita curiosidad por el funcionamiento de las máquinas y los procesos que en el taller se llevaban a cabo, quedó bien colmada gracias a las explicaciones de Garín y las horas que pasamos juntos enfrascados siempre en algún proyecto.
Después estudié formación profesional y aprendí el oficio de tornero. Trabajé varios años en un taller de mecanizado. Esa experiencia me familiarizó con la mecánica de precisión, el mecanizado y las máquinas-herramientas.
Aprendí también algunas nociones básicas de electricidad por mi cuenta y riesgo. Siempre que tenía ocasión aprovechaba para experimentar y habituarme con el mundo de los enchufes, los conmutadores y los interruptores.
Mi cuñado es ingeniero de telecomunicación. Él me introdujo en el mundo de la electrónica y aquello fue un gran descubrimiento para mi. También durante un periodo dediqué mi tiempo libre a la construcción de ingenios electrónicos.
Durante unos años -ya de casado- vivimos con la familia en una urbanización de Muel. Compramos una parcela de terreno y, excepto la casa, prácticamente todo el acondicionamiento de la parcela lo realizamos conjuntamente con mi señora. Esa experiencia me sirvió para descubrir y explorar los mundos de la albañilería, la fontanería y el riego por aspersión.
Ahora que como jubilado dispongo de tiempo, puedo dedicarme a practicar todas estas destrezas y a plasmar en multitud de proyectos lo que aprendí en su momento ¡Qué suerte!
Gracias a la realización de estas actividades creo haber alcanzado otro estadio. He llegado a la conclusión de que lo que emprendo no es sino una prolongación de mi personalidad, de mi yo. Me congratulo cuando una solera me ha quedado bien, cuando compruebo que la instalación eléctrica funciona, que el sistema de recogida de agua es eficiente o cuando veo crecer sanos y fuertes los árboles frutales. Muchos son los ámbitos en los que me atrevo a "meter mano" y grande es el desafío intelectual cuando hay que solventar algún problema. Eso me resulta muy estimulante.
Soy consciente de mi ignorancia en muchos campos. Me encantaría construirme mi propio teléfono móvil, la televisión o un ordenador potente. Pero allí ya me he perdido. La tecnología de las telecomunicaciones es tan compleja que queda fuera de mi entendimiento y de las personas de a pie.
Y también comprendo que mi dedicación a estas aficiones ha sido en detrimento de áreas más artísticas como la música, la pintura, la poesía u otras bellas artes. Ese "gap" lo procuro rellenar relacionándome con amigos duchos en esos ámbitos.
El concretar uno mismo sus propios proyectos supone, a mi entender, un potente refuerzo del auto concepto y una potenciación de la actividad física e intelectual y, lo que es más importante, pone freno de manera natural a la tendencia innata al pesimismo que tiene la mente del ocioso, de la persona desocupada.
¡¡¡Larga vida al DIY!!!
Me refiero a la conocida expresión inglesa "Do it yourself" (Hágalo usted mismo). Una corriente que como bien sabéis todavía se ha incrementado más -si cabe- en los últimos tiempos.
Bueno, pues el caso es que en mi experiencia personal yo sólo podría hacer elogios de esta tendencia.
Y como siempre, habría que acudir a la niñez para explicar este deseo irrefrenable de hacer cosas, de transformar el mundo a mi estilo.
Mi padre -agricultor- fue para mi el modelo de amor por la naturaleza y dedicación y empeño por cultivar la tierra. Yo observaba su abnegación y entrega a su tarea y yo le ayudaba en los esfuerzos por sacar los cultivos adelante. El escenario habitual de mi infancia -y adolescencia- fue el entorno natural. De ahí me ha quedado siempre la misión de disponer de una parcela de terreno, trasformarla y cultivarla.
Mi abuelo paterno era carpintero. Durante unos años viví con ellos y también me sirvió de referencia para asimilar la trasformación de la madera en bruto en tablones y, posteriormente en muebles, puertas, ventanas y demás artículos propios de su oficio.
El padre de mi amigo Javier Garín era el herrero del pueblo. Dado su carácter afable y campechano y mi amistad con su hijo, yo siempre tenía abiertas las puertas de la herrería. Mi infinita curiosidad por el funcionamiento de las máquinas y los procesos que en el taller se llevaban a cabo, quedó bien colmada gracias a las explicaciones de Garín y las horas que pasamos juntos enfrascados siempre en algún proyecto.
Después estudié formación profesional y aprendí el oficio de tornero. Trabajé varios años en un taller de mecanizado. Esa experiencia me familiarizó con la mecánica de precisión, el mecanizado y las máquinas-herramientas.
Aprendí también algunas nociones básicas de electricidad por mi cuenta y riesgo. Siempre que tenía ocasión aprovechaba para experimentar y habituarme con el mundo de los enchufes, los conmutadores y los interruptores.
Mi cuñado es ingeniero de telecomunicación. Él me introdujo en el mundo de la electrónica y aquello fue un gran descubrimiento para mi. También durante un periodo dediqué mi tiempo libre a la construcción de ingenios electrónicos.
Durante unos años -ya de casado- vivimos con la familia en una urbanización de Muel. Compramos una parcela de terreno y, excepto la casa, prácticamente todo el acondicionamiento de la parcela lo realizamos conjuntamente con mi señora. Esa experiencia me sirvió para descubrir y explorar los mundos de la albañilería, la fontanería y el riego por aspersión.
Ahora que como jubilado dispongo de tiempo, puedo dedicarme a practicar todas estas destrezas y a plasmar en multitud de proyectos lo que aprendí en su momento ¡Qué suerte!
Gracias a la realización de estas actividades creo haber alcanzado otro estadio. He llegado a la conclusión de que lo que emprendo no es sino una prolongación de mi personalidad, de mi yo. Me congratulo cuando una solera me ha quedado bien, cuando compruebo que la instalación eléctrica funciona, que el sistema de recogida de agua es eficiente o cuando veo crecer sanos y fuertes los árboles frutales. Muchos son los ámbitos en los que me atrevo a "meter mano" y grande es el desafío intelectual cuando hay que solventar algún problema. Eso me resulta muy estimulante.
Soy consciente de mi ignorancia en muchos campos. Me encantaría construirme mi propio teléfono móvil, la televisión o un ordenador potente. Pero allí ya me he perdido. La tecnología de las telecomunicaciones es tan compleja que queda fuera de mi entendimiento y de las personas de a pie.
Y también comprendo que mi dedicación a estas aficiones ha sido en detrimento de áreas más artísticas como la música, la pintura, la poesía u otras bellas artes. Ese "gap" lo procuro rellenar relacionándome con amigos duchos en esos ámbitos.
El concretar uno mismo sus propios proyectos supone, a mi entender, un potente refuerzo del auto concepto y una potenciación de la actividad física e intelectual y, lo que es más importante, pone freno de manera natural a la tendencia innata al pesimismo que tiene la mente del ocioso, de la persona desocupada.
¡¡¡Larga vida al DIY!!!
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