Todos los días cometemos errores. Unos son nimios y otros son de bulto. La sucesión de una cadena continuada de errores a lo largo de un período de tiempo podría ser un indicador de que no estamos centrados en lo que hacemos, que tenemos preocupaciones o distractores que condicionan nuestra percepción. La prisa y el estrés, por ejemplo, son malas compañías, causa y origen de muchos errores. Los desajustes emocionales también tienden a distorsionar el correcto razonamiento.
De nada sirven las lamentaciones o la repetición de las causas de nuestros errores. La mejor opción es tomarse el error como una vía de aprendizaje. Y asumir que cuanto mayor es la metedura de pata, mejor recordaremos la correcta forma de proceder en otro momento ante una situación igual o parecida.
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