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lunes, 17 de agosto de 2015

Sobre Cataluña

Estos días hemos estado disfrutando de unas cortas vacaciones en la Costa Brava. Cuando elegimos el destino pensamos sobretodo en las límpidas aguas mediterráneas y en las cuidadas playas. También pensamos en un lugar tranquilo en el que, a la vez, hubiera buen ambiente así como servicios de todo tipo.

Y según se iba acercando la fecha de partida a nuestro destino vacacional, también se incrementaba la curiosidad por conocer en directo cómo se vivía allí el tema de la convocatoria electoral del 27 de septiembre.

Así que, cuando llegamos a nuestro destino, nos empezaron a llamar especialmente la atención las banderas independentistas que, de tanto en tanto, íbamos observando en algunos edificios, restaurantes o plazas públicas.

Si hubiera de cuantificar el porcentaje de banderas independentistas mostradas, lo cifraría, aproximadamente, en menos de un 10% de los pisos y apartamentos observados. Lo cual, naturalmente, no deja de ser un dato bastante poco relevante. No obstante, su visibilidad era notable. Este hecho venía a constituir como una declaración de catalanismo independiente de su propietario.

Otro tema ha sido el de la relación con los naturales de la población. Como todos días teníamos que sacar a pasear a nuestro perrito, pues no era de extrañar el entrar, de vez en cuando, en conversación con ellos. Eso sí, siempre hablando de la raza y costumbres del animal o de otros temas similares y nunca entrando en mayores profundidades. Tal como está ahora el tema, sólo el hecho de tener que dirigirme a ellos en castellano ya me producía cierta incomodidad. A la que se añadía el desconocimiento de si estaría hablando con un "constitucionalista" o con un "rupturista".

Sin negar que la gente tenga el derecho de sentirse de una forma u otra, yo veo el tema catalán como el de una pareja en la que uno de los miembros se quiere divorciar. Es evidente que la construcción mental que se haga sobre cómo va la relación entre ellos, pesará notablemente en el mayor o menor empeño en llevar adelante ese divorcio.

Muchas veces los términos que emplean los agraviados, son tan gruesos que los que observamos el proceso nos quedamos estupefactos. Como cuando, por ejemplo se dice que "España nos apalea" u otros términos por el estilo.

Tengo familia en Barcelona y siempre que he ido a esta ciudad, me he sentido como en mi casa. Nunca ha habido problemas de comunicación ni de entendimiento. El trato ha sido exquisito. Me sabe mal ahora que cuando tengo que hablar con alguien de allí me quede siempre el interrogante de su inclinación en relación con el problema catalán. Y constatar que eso, a su vez, condiciona la naturalidad de esa relación.

Y digo yo que, como en todos los procesos de separación, quizás con un poco de voluntad por ambas partes se pudieran hacer concesiones de uno y otro lado y tratar de llegar a un punto de acuerdo. Repito, sin negar el derecho a que cada cual sienta lo que sienta, se me queda muy mal sabor de boca cuando pienso que, después de tantos años de historia conjunta, una parte de la población de una parte de nuestro país decida separarse y declararse independiente.


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