Con el billete en mi bolsillo y arrullado por una leve brisa marina, comencé a pensar en la sucesión de casualidades que habían conducido a tan feliz encuentro. Empezando por que, aquel día me sentía andarín y con ganas de trotar. Continuando por la elección del recorrido. Seguido del hecho de que otros viandantes, anteriormente no hubieran visto el billete. Para lo cual, dicho sea de paso, también tuvo que darse la casualidad de que alguien, en algún movimiento imprevisto lo perdiera.
Puestos a pensar, llegué a la conclusión de que, continuamente, se están dando casualidades. Lo que pasa es que solemos pensar en ello a posteriori y, especialmente en hechos o circunstancias que se salen de lo común. No es habitual encontrarse un billete como tampoco lo es sufrir un tremendo accidente de fatales consecuencias.
Así es que allí estuve bregando con el concepto de casualidad. Y llegué a la conclusión de que no sé si es un concepto útil o, simplemente, uno de otros muchos constructos humanos de dudosa utilidad.
¿Es casualidad que yo esté precisamente ahora dándole al teclado escribiendo esta entrada? ¿Acaso lo será que, si me canso y decido salir me encuentre con -por ejemplo- un amigo de la infancia?
En este terreno se juntan conceptos también muy celebrados en las discusiones filosóficas: libre albedrío, premonición, naturaleza del ser humano, sentido de la vida... Y si me apuráis, entrelazamiento cuántico.
Tendré que ponerme más al día acerca de las últimas investigaciones sobre la casualidad.
¿Será casualidad que, alguien, por casualidad, preocupado por el tema de la casualidad lea este artículo?
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