Sí, me gustan porque me recuerdan a mis años de infancia. Porque se resisten a desaparecer y año tras año rebrotan a sabiendas de que -generalmente- no van a ser apreciadas en el jardín. También me gustan por su genio, por su fuerte personalidad.
Bajo esa apariencia de suavidad se esconde la posibilidad de recibir algún saludo urticario. Me gustan las ortigas porque lucen un verdor intenso a pesar de no recibir atención alguna por parte del jardinero. Ellas son así, orgullosas y bien plantadas. Por todo ello he decidido reservarles un espacio en mi terreno. No quiero estigmatizarlas. Quiero que, pesar de su inmerecida mala fama
nos entendamos, nos llevemos bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario