Salimos ayer a dar una vuelta por el campo con mi señora y nos encontramos con un nutrido grupo de coches circulando a velocidad respetable por una pista forestal. A lo lejos vislumbramos lo que parece ser una antena sobresaliendo de un vehículo. La porta un acompañante del conductor y no para de orientarla hacia uno u otro lugar. Según se van acercando a nosotros, la comparsa automovilística se asemeja cada vez más a las caravanas del oeste de antaño, pero en moderno y circulando más deprisa.
Se detienen por un momento y el antenista desciende precipitadamente del coche e inicia veloz su particular escudriñamiento del éter. Nos quedamos perplejos. No sabemos a qué obedece tanto alboroto. Al acercarnos, nos saluda el pequeño batallón automovilístico ¡Buenas tardes! ¿Cómo va la cosa? -les pregunto para ver qué contestan- Bien, bien, -me responden- ¿No habrán visto por aquí una bandada de palomas por casualidad? -inquieren- A lo que les contestamos que no, que no hemos vislumbrado ningún ave columbiforme. Raudo suben de nuevo todos a sus vehículos y continúan su frenética búsqueda. Los vemos poco a poco difuminarse en la lejanía.
Continuamos nuestro paseo comentando la incidencia y ensayando hipótesis diversas sobre las causas de la persecución.
No han pasado ni cinco minutos cuando escuchamos el rugido de otro motor. Un coche blanco circula también a buena velocidad por la pista y otra antena despunta por la ventana. Al vernos también se detienen por un momento. Y nos hacen la consabida pregunta de la bandada de palomas. De nuevo les contestamos negativamente. Sin embargo esta vez me planteo profundizar un poco más en la conversación y les pregunto de qué va la batida. ¡Una competición de seguimiento de palomas! me espeta, al tiempo que acelera y también desaparece en lontananza.
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