A base de buscar comodidades y evitar los rigores tanto del calor como del frío, los humanos hemos desarrollado sistemas para mantener las temperaturas en un rango confortable. También hemos evitado la escasez de alimentos desarrollando frigoríficos y congeladores que los preservan por mucho tiempo. Lo mismo se puede decir del vestido, las comunicaciones, las enfermedades, etc.
Pero cabe la posibilidad de que tanta comodidad se vuelva en contra nuestra. El otro día leía que mantener la temperatura constante en la vivienda puede tener como consecuencia un desajuste del sistema inmunitario. Cualquier día nos dirán que tomar demasiados alimentos congelados tampoco es bueno para la salud y así con el resto de las cosas...
Por perder, creo que hasta hemos perdido de vista la sucesión de las estaciones del año y lo que ocurre en cada una de ellas en el mundo natural. Mi padre, mi abuelo y todos mis antepasados que eran agricultores, vivían muy pegados al devenir de las estaciones. La vida moderna ha hecho que nos olvidemos de muchas cosas que ocurren en esos ciclos de la tierra.
La recogida de la miel, la recolección de la fruta, la caída de las hojas, la hibernación del erizo y, evidentemente, la crudeza del tiempo nos recuerdan que estamos en otoño y que pronto vamos a entrar de lleno en otra estación. Por mi parte he recreado el otoño en nuestro jardín. En lugar de tirar las hojas secas, las recojo y las distribuyo por toda su superficie. Así, al mismo tiempo que proveo de materia orgánica a las plantas, traslado un trocito de otoño a las puertas de mi casa. De esta forma, todas las mañanas recuerdo en qué estación estoy.
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