Toda mi vida ufanándome de lo que me gusta el bocadillo de jamón, mejor con tomate. Siempre ponderando lo buenos que están los ibéricos. El jamón de York que no faltara en el frigorífico. La longaniza del pueblo, lo mejor de lo mejor...
Y ahora resulta que hay que replantearse estos hábitos tan firmemente asentados. El aviso de la OMS es claro y contundente. No dice que por comer carne procesada nos vayamos a morir. Simplemente nos pone en antecedentes de los riesgos de un consumo excesivo.
La OMS no dice, sin embargo nada de la caterva de conservantes, edulcorantes, acidulantes, espesantes, colorantes, etc que, diariamente, nos tragamos. Tampoco dice nada de la reciente costumbre de hornear la masa congelada del pan. Del queso o el jamón envasado al vacío... ¡con plásticos! De la calidad de las harinas, De las pechugas de pollo a precio de risa, de los huevos, de la leche....
A nada que indaguemos un poco en libros especializados, se nos pondrá la carne de gallina. La presión de las industrias alimenticias es más poderosa que la legislación para contener abusos.
A la vista de la situación en el ámbito alimentario, sólo podemos rogar, esperar, que en la ruleta rusa que se ha convertido todo esto, no nos toque a nosotros la bala.
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