Hoy me he encontrado con dos personas que iban cantando por la calle. Se trataba de un joven de color y una chica que iba en bicicleta.
Y me ha sorprendido gratamente comprobar que, afortunadamente, hay gente que hace frente a la vida con alegría y entusiasmo. Hasta el punto de que ese desbordamiento positivo se trasluce en forma de canción.
En la actualidad creo que estamos más acostumbrados a escuchar que a producir canciones. La presión mercantilista arrecia porque hay que consumir música. No se gana nada con que la gente cante.
Pero antaño se cantaba -y mucho- en cualquier sitio y en cualquier ocasión. Y ya no te digo nada de los mozos de los pueblos que los domingos entonaban jotas, rancheras o lo que se terciara.
Yo mismo me sorprendo a veces tarareando alguna canción o susurrándola quedo. Y reconozco que me da un punto de ánimo, de cierto distanciamiento con los problemas de la vida.
Quizás haya alguna razón neurofisiológica más profunda, pero lo que sí es cierto es que, mientras cantas, alejas los pensamientos negativos de tu mente.
Ya se sabe: quien canta, su mal espanta.
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