Todos los años para estas fechas, se repite el mismo ceremonial: las televisiones alertando sobre "la ola de calor", los aires acondicionados a tope y el personal parapetado en sus casas esperando que pase lo peor.
Yo me acuerdo, de niño cuando estábamos segando en el campo. También hacía calor. Pero no se medía con grados. No había termómetros. Y la cosa se sobrellevaba de otra manera. Digamos que éramos más flexibles. Nos adaptábamos a lo que había. Bebíamos más agua del botijo o nos calábamos mejor el sombrero. Distribuíamos mejor nuestros esfuerzo y acortábamos los descansos. Los cambios meteorológicos se encajaban con naturalidad. Sin exageraciones. Sin estridencias.
Ahora, a veces, parece que se avecina la apocalipsis.
No seré yo quien diga que no hay que prevenir pero alerto sobre un enfoque tan negativo del calor veraniego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario