Vuelvo de Alhama de Aragón donde las aguas termales constituyen un atractivo de primer orden para muchos amantes de la calma, la quietud, la paz y el sosiego.
Y veo cómo ese bien común que es el agua ha sido secuestrado y privatizado en cotas extremas: aguas de Jaraba, de Panticosa, del Pirineo...
En principio, todos los locales deberían tener acceso a su agua. El agua es de todos. Pero no ocurre así. Más bien todo lo contrario.
Se me dirá que se actúa de acuerdo con la ley (Ver texto de la ley de aguas) y que no se viola ningún principio legal. No lo dudo.
Pero no puedo menos que quedarme con una extraña sensación mezcla de incomodidad e injusticia. Hay algo que no me cuadra cuando veo en muchos pueblos y pequeñas localidades de nuestro país las naves de las embotelladoras, los hoteles construidos en los puntos de surgencia, las tarifas a pagar por bañarse en un lago...
Y los abuelicos y las abuelicas de los pueblos contemplando entre curiosos y distraidos el ir y venir de turistas a los balnearios, el trajín de los bañistas, el abono de la cuota de acceso, las entradas y salidas a lo que, en sus tiempos de jóvenes eran lugares de libre acceso...
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