Cuando vas a realizar alguna gestión con ellos, los encorbatados suelen invitarte imperativamente a sentarte. Te lanzan un "siéntese" que, en su jerga particular viene a ser como una orden que no puede ser contravenida. Otras veces un distraído "sí, dígame" sustituye a la estrategia anterior. Pronunciado, eso sí, con la adecuada carga de indiferencia.
Los encorbatados están acostumbrados a tratar a la gente de forma displicente, con indisimulada compasión. Se creen que están por encima del bien y del mal. A ellos, a diferencia de los pobrecicos nadie les alza la voz.
La mejor forma de enfrentarte a un encorbatado es imaginártelo desnudo y descojonarte por dentro de las miserias que ves.
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