Mi hija, de niña, cuando veía el césped recién plantado que empezaba a crecer, creía que alguien, por la noche, colocaba una a una las plantitas de césped -todas con el mismo patrón- para que pudieran verse al día siguiente todas verdes, igualitas, apuntando hacia el cielo.
La pequeña, en verano, solía manipular las saetas del reloj para que éste marcara una o dos horas más. De esta forma "aceleraba el tiempo" y se podía bañar en la piscina.
Yo, por mi parte, cuando iba con mi padre al campo, escuchaba sus explicaciones y me construía mi mundo particular, paralelo al que él me señalaba.
Recuerdo con especial cariño cuando me indicaba el camino al "barranco fondo" y, en mi particular interpretación infantil, creía que me estaba señalando una zona verde por la que, una vez abierto el paso secreto, se podía descender a quién sabe qué misterioso lugar.
Ensoñaciones infantiles, quimeras, pensamiento mágico. Resquicios de un pasado donde el tiempo, las personas y los acontecimientos discurrían todos ellos de otra manera.
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