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domingo, 13 de diciembre de 2015

Estallido

Hoy he estado hablando con dos personas que vivieron en directo el trágico suceso ocurrido el 31 de agosto en la Pirotécnica Zaragozana. Afortunadamente ambas lograron sobrevivir a las explosiones en cadena aunque una de ellas ha permanecido ingresada hasta hace poco en el hospital.

El relato detallado de lo que experimentaron en esos momentos me ha impresionado. Es algo que, por imprevisto, e inesperado, supera incluso a los efectos de una guerra.

Me contaba la señora cómo la onda expansiva arrancó de su lado a su hermana que falleció en el acto y también a su cuñado que quedó totalmente destrozado. La rápida sucesión de explosiones les hizo creer que iban a morir todos. Ellos se salvaron de chiripa.

Y también me ha sorprendido otro detalle de su explicación: el silencio en que quedó todo cuando terminaron las detonaciones. Según ellos, todo quedó como paralizado. Como si el espacio y el tiempo se hubieran congelado.

Además de sentir un hondo pesar por sus familiares fallecidos y por ellos mismos, la conversación me ha hecho reflexionar sobre la fragilidad de nuestras vidas y la siempre latente posibilidad de que, de repente, todo dé un vuelco que pueda incluso suponer nuestra propia desaparición.

No es habitual pensar en estos términos. Nos hemos acostumbrado a lo previsible, a lo razonable, a la seguridad de nuestra sociedad tecnificada.

Pero de vez en cuando no está de más hacer un ejercicio de humildad y reconocer lo pequeños, frágiles y vulnerables que somos.

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