Podemos decir que ya casi nos hemos acostumbrado. Cuando terminamos de realizar una compra en unos grandes almacenes, llegada la hora de pagar, después del saludo -en su caso- lo primero que te espeta el cobrador es: ¿código postal?
Pues yo me resisto al automatismo. No me parece nada bien que, de entrada, me pidan un dato personal relacionado con el lugar que vivo. Y todavía me parece peor que esa petición se realice con un cierto tinte imperativo, conminatorio.
Parece ser que el dato del código lo utilizan las empresas para realizar sus estudios de mercado y, una vez vistos los flujos de clientes, tomar las decisiones oportunas. El peligro que le veo yo a esta práctica es que se convierta en una estrategia psicológica tipo "el pie en la puerta". Si tu aceptas a ceder esa pequeña parcela de tu intimidad, es muy probable que luego no pongas trabas a la cesión de otras informaciones.
Así que, siguiendo mi filosofía de hacer algo cuando se presenta un problema, en unas ocasiones le digo a la cajera que, con todos los respetos, prefiero no darle ese dato. En otras ocasiones directamente les digo que pongan 000. Hay que estar alertas, amigos. Máxime cuando hablamos de privacidad.
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