Hoy hemos vuelto del pueblo, de una corta estancia de 4 días en la que hemos aprovechado para realizar tareas de mantenimiento y reparaciones varias en la casa.
Como siempre, la estancia en el lugar de nacimiento de uno, resulta sumamente agradable. Cada rincón te evoca mil y un recuerdos. Los sonidos y olores de siempre todavía se mantienen, en gran medida, incólumes. Es una gozada tener el privilegio de disfrutarlos de nuevo.
Sin embargo, como ya comenté en otra entrada, en este mismo blog, lo que más destaca en estas fechas en la población es el impresionante silencio que envuelve la localidad. Pasado ya el ajetreo festivo, los veraneantes han vuelto a la ciudad y sólo los locales han quedado en Uncastillo.
Asomarte al balcón por la noche constituye una experiencia de impacto. Máxime estos días en los que ha llovido en abundancia por lo que todavía se acentuaba más el contraste del silencio con el nonocorde sonido del agua de las canaleras precipitándose a la calle.
En ocasiones, diríase que no se trataba de un pueblo aragonés. La estampa más bien se asemejaba a una villa de la lejana Transilvania.
Entiendo esta visión de " la Transilvania ", que te impresiona pero desgraciadamente es así, los mayores desaparecen, las casas vacias en invierno reflejan el avance del tiempo y esta situación nos sume, sin querer, en la tristeza.Si comparamos lo que fue con lo de ahora sólo nos queda el asimilar que nuevas historias y situaciones vendrán y darán vida al pueblo, esto no se acaba. Un abrazo de Javier
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