Ayer cuando realizada mis habituales tareas de jardinería tuve otro encontronazo con las avispas. Sin darme cuenta me topé de bruces con un nido que habían construido detrás de unos cipreses. De inmediato, varias de ellas dieron la alerta y salieron zumbando a mi alrededor. Pero ¡oh, milagro! no llegaron a agredirme.
Salí como pude, cautelosamente, de aquel embrollo y ya, a más distancia, pude observar que los himenópteros no me perseguían. Colegí que, como no estaban criando, su agresividad había disminuido. No necesitaban defender a sus crías.
Y también, por extensión, pensé en el resto de los seres vivos cuando están en época de crianza. En ese período de tiempo es cuando con más intensidad se manifiesta la agresividad ante cualquier eventualidad que pueda afectar a su progenie. Y esto con carácter general. Diríamos que todo aquello que pueda comprometer a la prole, el instinto de supervivencia, se manifiesta con contundencia en cuanto hay visos de peligro para la descendencia.
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